
El miércoles, tras varios meses fuera de casa por los respectivos erasmus, David y yo nos reencontramos y nos dedicamos a hablar de la religiosidad polaca, de la universidad, de viajes que no realizaremos nunca pero que nos gusta planificar, de un cheque cultural que da el gobierno de Patxi López o de cómo fracasamos en los idiomas. Vinimos a cumplir lo que son las Navidades cuando estás fuera; volver a estar con gente que hace un cierto tiempo que no ves.
En ese grupo de gente podemos incluir a la familia, esa parte más cercana a cada uno, que es capaz de llamarte un viernes a las 00 al móvil de Alemania porque el que escribe estas líneas lleva sin dar señales de vida una semana y les interesa saber si, al menos, aún sigues con vida. Además de cariño, comprensión y comunicación, la familia también es capaz de proporcionarte otras cosas que, de no ser por ellos, serían inalcanzables. No hablo sólo de la educación o de la posibilidad de comer pescado tras verme durante tres meses prácticamente privado de ello. Me refiero también al acceso a determinadas perversiones que mi estimada abuela me permite, como leer la más fascinante revista del panorama nacional: el ¡Hola!.
Cabe preguntarse cómo una persona octogenaria como mi abuela, que ha sobrevivido a una guerra civil y una postguerra y cree firmemente en Dios, pueda desarrollar una confianza tan grande en la prensa rosa. También cabe preguntarse cómo yo, que ni he sobrevivido ni creo en nada, puedo sentir una atracción tan grande por el ¡Hola!. Puede ser el mundo casposo, pseudoelitista y superficial que muestra lo que me hace Navidad tras Navidad (cuando aparece bajo el brazo de mi abuela) hojearlo de forma obsesiva. Puede también que sea la forma en que está escrito, con un lenguaje meloso y falso. No es descartable que lo que me enganche sea la frivolidad que desprende. En cualquier caso, me plantearía seriamente si me doy asco, si no fuera porque hay gente que ve series como Física o Química o escucha El canto del loco con absoluta devoción.

Como eje principal de la publicación está nuestra querida Familia Real. Todo gira entorno a Letizia. Princesa cercana al pueblo y sensible cuando corresponde. En otras ocasiones, sólo para alabar su forma de vestir y hacer de ello algo principal, adornado con adjetivos como "moderno" o "veraniego". Por supuesto, cuando habla de ella, no se dice que pueda tener problemas de peso (¿anorexia?), cosa que la prensa europea trata con normalidad al mencionarla o que mis compañeras de piso (Francesa&Alemana) me preguntaron en una ocasión.
Obviamente, que los royals jueguen un papel importante, no deja de lado a otros famosos. Son estupendas las entrevistas en las que alguien se sincera, al estar todas guiadas por el mismo principio: cuanto mayor sea el dinero que el entrevistado recibe, mayor será su sinceridad. Que la relación entre verdad y dinero es directamente proporcional, es algo que aprendes con el ¡Hola!. Por si quedaba poco claro su papel formativo, hay que mencionar también su importante rol a la hora de permitir conocer ciertas celebraciones elitistas y con contenido altamente machista como las puestas de largo. Sirven para presentar a la sociedad (sic) a una chica (de familia bien, claro) y mostrar que ella ya está en edad casadera. La fulana en cuestión posa con varios vestidos y se le hacen preguntas no excesivamente elevadas tipo: ¿Tienes novio?¿Qué piensas ser en el futuro?
El ¡Hola! era hasta el momento completamente en color salvo un par de hojas. Eran las páginas de sociedad y en ellas aparecía lo más tradicional y putrefacto de la sociedad española. Señoras sexagenarias (mujeres de) que montaban un mercadillo benéfico, bodas de empresarios, presentaciones de nuevos comercios, bautizos de familias poderosas. Todas esas noticias sociales tenían un punto común: se trataba de personas que pagaban por aparecer demostrando opulencia y poderío, lo cual, junto al blanco y negro de la sección, venía a dar una plena sensación de que efectivamente estábamos ante lo más rancio del país. Representaba un quiero-y-no-puedo. Por eso, a poco alto que fuese el nivel de hijoputismo del lector, encontraba aquello como la mejor parte de la revista y se regodeaba en la mediocridad de los que salían allí. Todo eso fue hasta hace poco, que decidieron, al fin, colorearlo dando de esta forma un cierto toque de modernidad y legitimidad a toda la caspa que se exhibía. Craso error, los que leemos y disfrutamos la revista por pura perversión no nos merecemos algo así.
Fotos: La primera corresponde al escritor del que David se compró un libro con el cheque de Patxi y que ha escrito los relatos que estoy leyendo ahora. We love Anagrama. La segunda imagen corresponde a un número especial que el ¡Hola! dedicó a los gorilas.