jueves, 16 de septiembre de 2010

La energía nuclear tras Cerveza Amarga

David en Princeton, dando una conferencia sobre la idoneidad de las armas nucelares.

Desmentir las leves presiones ejercidas hacia mi estimado compañero de blog sería una pérdida de tiempo. También lo sería decir que no hice recortes de periódico -especialmente escogí La razón, a sabiendas de que David se la lee entera- indicándole la conveniencia de actualizar. En vano todo.

Como de hasta el extranjero venían presiones para que se diese vida al blog y el enfurecimiento de la comunidad internacional no surtía el más mínimo efecto (David es como los iraníes con el uranio enriquecido, no se inmutan demasiado ante las presiones de fuera), hubo que poner en práctica el plan B. ¿En qué consistía?¿Invadir Rentería?¿un nuevo paquete de medidas contra Burgos?¿bloquear las cuentas de todos los bancos de Neila -paraíso fiscal- en el que David tuviera su dinero?

Más sencillo: con crear un blog nuevo, sería suficiente. Nace así La orilla izquierda del Rin, en el que iré hablando de Alemania y, en menor medida (cabe esperar), de la vida erasmus. El tener un nuevo blog no supone acabar con Cerveza Amarga. Tan pronto como David renuncie a enriquecer uranio y se ponga a escribir, este blog será retomado.

Hasta entonces: http://www.laorillaizquierda.blogspot.com/

domingo, 12 de septiembre de 2010

Ultimátum

Acostumbrado desde hace tiempo a recibir todo mensaje y contenido en formato de ceros y unos (digital), se me hizo sospechoso tener que recoger un paquete físico (analógico, supongo).

Contemplé horrorizado el macabro contenido, oculto entre ejemplares de "La Razón" hechos trizas: una chapa, doblada, de la cerveza Heineken. Horriblemente mutilada, desfigurada, yacía junto a una nota escrita con letras recortadas de noticias del "ABC" y "El Mundo". El autor sabía cuáles eran mis periódicos de cabecera, qué duda cabe. La nota rezaba así:

"El botellín de de cerveza es un símbolo del blog, nuestro niño, nuestro peque, el cuquirriquín. La chapa sólo es el primer aviso. Como no vuelvas a escribir, maldito bastardo, me quedo yo con su custodia y te estampo el vidrio en toda la cabeza, o, peor aún, te obligo a beberte la Heineken entera. Fdo.: Vázquez".

He tenido que ceder al chantaje de los violentos. Heineken, tíos, brr.

martes, 31 de agosto de 2010

Las lágrimas de Laurent Fignon




Si me hubieran preguntado a lo largo de mi tierna infancia qué día del año me parecía el peor, hubiera respondido que el 31 de agosto. Marcaba el momento en el que volvíamos de Asturias a Valladolid, el fin del verano y el comienzo de un nuevo curso. Hasta que no pasaron bastantes años y entré en la fase de adolescencia, no superé el odio hacia semejante fecha.

El verano suponía la ausencia de colegio, algún coñazo de campamento, el mes de agosto en Asturias entre la playa y las vacas y otros pequeños placeres como los mikolápices, frigopies y, en ocasiones súmamente especiales, los Magnums. El momento elegido para la consumición del helado era entre la primera y la última semana de julio en un intervalo horario de 15.30 a 17.30 de la tarde. Semejante precisión gastronómica no era arbitraria. Simplemente, se correspondía con el momento en el que mi padre bajaba al bar -durante aquellos felices años teníamos la bendición de no disponer de televisión- a ver el Tour de Francia y beber café. Es bastante posible que fuera único en su afición, ya que en esos momentos vespertinos sólo había paisanos fumando puros y jugando a las cartas.

Como buen hijo, en gran parte de las ocasiones me decidía a acompañar a mi padre al bar. Evidentemente, a mis seis años no tenía el mismo interés por el Tour que él. Existía un claro conflicto de intereses. Si a él le movía la ronda gala, yo veía en ella la perfecta ocasión para comer algún helado. Desde mis ojos el ciclismo era algo secundario. Eso sí, el helado que pidiese estaba en función de la etapa. Si en la misma se subía algún puerto clasificado como hors catégorie, el helado era digno de semejante evento; un Magnum. Siendo etapa normal y corriente, la cosa se solía quedar en el siempre-agradable-mikolápiz.

Intentó inculcar mi padre su pasión por el ciclismo en varias ocasiones. Solía (y suele) repetir con regularidad lo relativo al Tour de 1989. Hubo dos momentos decisivos en aquella carrera: el prólogo, ya que Perico Delgado perdió varios minutos en él al no salir cuando debía. Ya no volvió a levantar cabeza en esa ronda y quedó relegado al tercer puesto pese a haber ganado la edición de 1988.



El otro momento decisivo del Tour de Francia del 89 ocurrió en su última etapa. Se trataba de una contrarreloj que recorrería las calles de París, abarrotadas de gente. Todos esperaban ver subir al cajón más alto del Podio al que en ese momento llevaba el maillot amarillo: el francés Laurent Fignon. A 50 segundos de él en la clasificación general se encontraba el americano Greg LeMond, muy buen contrarrelojista. La etapa era corta y Fignon debía resistir los 24,5 km para hacer realidad el sueño de los franceses de ver a su corredor coronarse en casa.

Dicen que la bicicleta de LeMond contribuyó en gran medida al fatal desenlace. Cierto o no, París enmudeció aquella tarde de julio. El americano sacó 58 segundos en la contrarreloj a Fignon (8 segundos en la general). Suficiente para arrebatarle el triunfo al francés y evitar su coronación en los Campos Elíseos. Nada más cruzar Fignon la línea de meta, se desplomó sobre el suelo echándose a llorar amárgamente. Si mi padre no se equivoca, aquella fue la última vez que el Tour acabó con una contrarreloj.

No fue esa la última vez que Laurent Fignon lloró. En 2009, ya retirado del ciclismo profesional desde hacía más de diez años, colaboró en las retransmisiones de la televisón pública francesa sobre el Tour. Tras la última etapa, en París pero no una contrarreloj, y cuando todos los periodistas se estaban despidiendo de la audiencia, se echó a llorar. Estaba enfermo de cáncer y temía que aquél fuera el último Tour al que asistiera debido a su enfermedad. Hoy, víctima de la misma, ha fallecido Laurent Fignon.

viernes, 21 de mayo de 2010

El día que peligró la Revolución Rusa

A pesar de que existen toneladas de literatura sobre la Revolución Rusa, la comunidad historiadora pocas veces hace alusión a uno de los hechos más tensos acaecidos en 1917: sacó a Lenin de sus casillas e hizo peligrar el alzamiento.

Está asumido que las revueltas de Febrero, que hicieron abdicar al zar Nicolás II, fueron más o menos espontáneas (convergieron manifestaciones del Día Internacional de la Mujer y otras exigiendo pan para el pueblo). Sin embargo, la revolución de Octubre fue minuciosamente planeada por líderes e intelectuales bolcheviques, aproximadamente desde Julio (tras las Jornadas del mismo mes) hasta prácticamente el día anterior a derrocar el gobierno provisional de Kerensky. Sin embargo, lo que muchos historiadores obvian es el hecho de que los rojeras habrían podido acceder al poder mucho antes de Octubre de no ser por la torpeza de Gumersindo Tapia, un humilde trabajador del departamento de propaganda de los rebeldes. En Febrero, los bolcheviques eran más bien una minoría, aunque comenzaban a hacerse notar a través del Soviet de Petrogrado (actual San Petersburgo), así que la propaganda era fundamental para extender su mensaje marxista-leninista y, sobre todo, ampliar su base social, en vista de hacer más fácil su ascenso al Palacio de Invierno. Sin embargo, Tapia terminó un cartel para concienciar sobre la violencia machista (ya de actualidad en aquella época) justo cuando el responsable de propaganda bolchevique había cogido unos días libres por paternidad, y, por tanto, no podía supervisar el trabajo. Así que la composición final salió hacia la imprenta sin que nadie reparara en el desafortunado eslogan: "No te atrevas a levantarme el puño".

Al día siguiente, Petrogrado amaneció empapelada con la obra de Gumersindo Tapia. Lenin no se percató hasta después de un mitin un tanto extraño, en el que desplegó toda su simbología comunista, pero la reacción de los asistentes fue más tímida y recatada de lo habitual: había miradas dubitativas, nervios, indecisión y risas flojas. Lenin lo comprendió todo al ver el cartel, entró en cólera y ordenó detener cuanto antes al incauto Gumersindo Tapia, mientras mascullaba palabras como "gulag", "traidor" y "Gorvachov". Se dice que el mitin que Lenin ofreció al día siguiente fue el más airado, agresivo y exitoso de todos los que precedieron a la revolución de Octubre.

viernes, 14 de mayo de 2010

Eyjafjallajökull 16 Revisited

Será un acontecimiento histórico para el planeta y supondrá una esperanza para muchos seres humanos

Leire Pajín

Leire Pajín hizo una clara e inequívoca alusión a este blog y sus dos autores, aunque un ojo no entrenado probablemente pensará que se refería a la coincidencia de las presidencias de Obama en los EEUU y Zapatero en la UE. Nada más alejado de la realidad.

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Mira, me dijo ella señalando la televisión, el espacio aéreo de Reino Unido está cerrado por las cenizas de un volcán Islandés. Bah, contesté con desprecio, no creo. Era nuestra primera mañana en Edimburgo y mi única preocupación por el momento era decidir si me iba a hacer dos tostadas de nutella, una de nutella y otra de mermelada, o dos de mermelada. En caso de elegir una de las dos últimas opciones entraba en juego la variable sabor de la mermelada y sus múltiples combinaciones: ¿fresa, frambuesa, melocotón, juntos, revueltos, colchón de mantequilla sí o no? Cuando mi cerebro terminó de procesar esa nada desdeñable cantidad de datos (el resultado no lo recuerdo), me interesé por los breves titulares que se desplazaban por la parte baja de la pantalla: ella tenía razón, maldita sea. Bueno, no pasa nada, estamos aquí hasta el domingo, la nube en dos días se pasa. Esta última frase aprovechó algún vacío teórico de la física y se reprodujo indefinidamente hasta llegar a los oídos de algún alto cargo de Ryanair, Aer Lingus o Transavia. EN DOS DÍAS SE PASA, PASA, ASA, SA, A. La carcajada de ese trabajador también se reproduce y resuena en mi cabeza desde entonces, quizás aprovechando el vacío.

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Ser perroflauta y mochilero en el siglo XXI es bastante más cómodo y accesible que antes: el componente ideológico y la filosofía se mantienen intactos, las infraestructuras mejoran sustancialmente. El hostal en el que nos hospedamos presumía de ser el más “funky” de Edimburgo, y estaba decorado con murales psicodélicos, colores intensos, figuras distorsionadas y portadas de The Clash, Iggy & The Stooges y Sex Pistols. Todo muy punk. Claro que también estaban Bob Dylan y Johnny Cash. Conviviendo con todo esto, y en perfecta armonía, los ordenadores con acceso libre a internet, el wifi gratis en todo el edificio, los portátiles disponibles para navegar mientras te sentabas en los sofás del bar del propio hostal, la wii, la sala del proyector con chorrocientas películas, el billar. Todo muy punk, vaya.

Do it yourself!

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¿Qué coño? Hemos llevado estas maletas en todos nuestros vuelos y siempre han ido de mano. No, pero es que este vuelo Edimburgo-Cork es “regional”, las medidas permitidas son menores que las habituales, nos dijo la señorita de Aer Lingus con cara de zorra amargada. Son 15 libras, gracias por elegirnos, buen viaje, saque la tarjeta de crédito. Los momentos de espera fueron de una melancolía especial, teñida de una decadencia crepuscular, no sólo porque el aeropuerto estuviera desierto, vacío de sus habitantes postmodernos en tierra de nadie, sino porque, en efecto, estaba anocheciendo. Y el avión apareció, y también era pequeño como las maletas de mano permitidas y tenía hélices, algo inquietante en estos tiempos que corren. Y nosotros comimos las últimas galletas en tierras escocesas.

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Oye, que leo en internet que Ryanair ha cancelado definitivamente todos sus vuelos hasta el martes. No podemos ir a Berlín. Cambio de pestaña, mensaje de Vázquez en tuentis: La cosa se está poniendo fea. Estamos en el aeropuerto pero no está claro que vayamos a salir. Contesto: Nuestro vuelo del domingo se ha cancelado, estamos atascados en Edimburgo. Cosa chunga, de ese vuelo a Berlín nos devuelven la pasta, pero el de ahí a Ámsterdam, y el de Ámsterdam de vuelta a Cork no están cancelados, no tenemos derecho a nada, somos la última pieza de este macabro efecto dominó. Y los hostales, más de lo mismo. Vaya chasco, esta gira europea había sido planificada con preventiva antelación, milimétrica precisión y exquisito mimo por los pequeños detalles, amén de una completa documentación de situación de aeropuertos, medios de transporte, lugares a visitar y acertados timings, puestos a usar palabrería anglosajona del mundo de la publicidad, que siempre aporta coolitud. Pero todo este plan había un vacío: el designado al plan en Berlín. ¿El motivo? Allí, Vázquez y yo nos íbamos a reencontrar tras tantos meses, íbamos a fundirnos en un abrazo, íbamos a llorar de emoción, iba a ser nuestro guía de la otrora dividida capital teutona, iba a iluminarnos y, llegado el momento, iba a darme una colleja como sólo él sabe y me diría: actualiza con más frecuencia, cabrón, deja de decepcionarme (más). Así, con el paréntesis. Pero yo le quiero.

Veo a Vázquez saludar desde Alemania, dice ella, sigue igual de guapo.

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Fue gracioso que durante los primeros días, aún con esa inocencia innata, esa ilusión por conocer tres ciudades europeas en diez días, degustábamos poco a poco las obras que nos acompañaban, El Túnel y Pedro Páramo, con timidez, limitándolas sólo a largos viajes, temerosos de quedarnos sin lectura antes de que nuestro periplo europeo terminara. Cuando tuvimos que bajar a la recepción para anunciar que, por tercera vez, íbamos a quedarnos otro día más, y uno más, y otro más, y a ese día le sucederá otro día más, ya se nos había quitado la tontería y devorábamos las guías de viaje, un libro de listas (e.g. “Top 10 singles de cantantes solistas en UK en 2004”, “Los estados con mayor cantidad de gasolineras por habitante”) y hasta uno de una tal Åsa Larsson. Malo, muy malo, malísimo, dijo ella (ella, no Åsa Larsson), pero quiero saber qué pasa.

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Lo remarcable o triste o doloroso no es que estuviéramos stuck inside of Edinburgh with the volcanic ashes again durante una semana, ni el vasto tiempo que tuvimos para visitar todos sus maravillosos recovecos, sus calles medievales, todas deslumbrantes y oscuras a la vez, sus edificios, cada cual más majestuoso que el anterior. En cierta manera se parece a San Sebastián, me dice ella, es pequeña, hay dos montañas alrededor, los edificios son similares, el color de la ciudad es el mismo. Es cierto: sin duda, lo más parecido es el color, jamás se me habría ocurrido una comparación más acertada. En cualquier caso, no importa que visitáramos el castillo, la National Gallery, el Museo Nacional de Escocia, los dos museos de arte moderno, el Leith Walk, el jardín botánico, Carlton Hill, Arthur's Seat, la Royal Mile, Grassmarket, el parlamento de Escocia, Rosslynn Chapel, Princess Street (diez veces al día), los jardines de Princess Street, me jode que la estatua de Sherlock Holmes la hubieran quitado por obras, cabrones, Bobby, el perro de Grey Friars, Elephant House (si J.K. Rowling se insipiró y dio el pelotazo yo también puedo). Sin duda, lo más remarcable y triste y doloroso y frustrante de todo el viaje es que fue el viaje en el que casi nos encontramos Vázquez y yo, y es bastante más de lo que jamás soñaríamos en mil vidas estando de Erasmus en puntos tan alejados como Cork y Colonia.

Pasatiempos Cerveza Amarga: ¿cuántas cosas de las que visitamos aparecen en la foto?

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Mientras matábamos el tiempo en la sala de ordenadores, a la espera de novedades, entraba y salía todo el elenco de personajes sin los que, desde luego, la estancia en Edibmurgo no habría sido igual de exótica y reveladora. A mi lado estaba una simpática chica brasileña, con la que al final visitamos juntos varios sitios, que había dejado su anterior vida de fisioterapeuta y de casada para aprender inglés y viajar por todo el mundo. Planeaba su tercera visita a la India y el volcán también le había fastidiado un tour, como a nosotros, esta vez por los países escandinavos. Ella, a su vez, conoció a otras brasileñas, madre e hija, y esta última estaba estudiando en Salamanca y tenía que volver a un examen. En el sofá estaba un argentino que era el prototipo de turista que sólo se interesa por la fiesta, sólo quiere visitar la fiesta de las ciudades, sólo sale de fiesta y el resto del tiempo está de resaca. Su otro amigo argentino, más imbécil aún, se pasaba el día gritando a alguien por la webcam. Mientras apaleaba sin piedad el F5, ella me llamó. Oye, ven, que esta señora me pide ayuda y no tengo ni idea. Me sentí bien cuando enseñé a la mujer a registrarse en una oferta de trabajo, a adjuntar el currículum en el correo electrónico y cuando le sugerí que escribiera unas palabras de presentación. Me sentí mejor cuando, otro día, por el pasillo, me paró y me dijo me fuiste muy útil, sí, sí, muchas gracias. Empecé a sospechar cuando diez minutos después me volvió a cazar en la cocina y me preguntó estás buscando trabajo, estudias, pues deberías buscar trabajo, sí, sí. Adopté actitud evasiva cuando, a partir de entonces, me guiñaba el ojo cada vez que nos cruzábamos. Me ayudaste, sí, sí.

Apple y Bob Dylan: mismo acto de rebeldía, distintas épocas.

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Y leí en internet: Oye, aquí pone que a partir mañana Aer Lingus reanuda sus viajes entre Edimburgo y otras ciudades de Reino Unido e Irlanda. La web nos deja comprar billete para pasado mañana, Edimburgo-Cork, ya en casa miraremos qué podemos recuperar del resto del viaje. Tras dudas, reflexiones, opciones, llamadas a progenitores (papis, papis), lo decidimos: compraríamos esos billetes a precio de caviar iraní. Lo importante era volver. Al día siguiente, los vuelos que supuestamente iban a despegar no despegaron. Bueno, aún tenemos un día de colchón. El día V de vuelo o de vuelta, tras una mañana de angustia, nada parecía cambiar. Cinco minutos antes de salir a por el autobús del aeropuerto y despedirnos de los trabajadores del hostal (que estaban convencidos de volver a vernos horas después, o más bien deseosos), el vuelo seguía correctamente programado. Parece que sí, que nos vamos. Coge la maleta, guárdame la mochila, dame una galleta.

Por fin, se acaba. Vamos, sube al autobús. Me muero de ganas de llegar al aeropuerto y esperar tranquilamente, sin sobresaltos. SIN SOBRESALTOS, SALTOS, ALTOS, TOS, OS, S... resonó en la cabeza de la empleada de Aer Lingus, que nos esperaba en el mostrador.

Los pocos que esperábamos en el aeropuerto parecíamos héroes crepusculares.

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Leire Pajín sabía de la importancia de este encuentro entre Vázquez y Deiviz en Berlín, desde hace tiempo tenía datos actualizados de movimientos sísmicos, indicios de que el Eyjafjallajökull entraría en erupción, pero ocultó la realidad intencionadamente y nos engañó a todos: a Cerveza Amarga, al principal partido de la oposición y a toda la ciudadanía española. Exigimos la dimisión no sólo de Pajín, sino de todo el gobierno socialista en bloque, por incompetencia económica, geológica y aeronaútica.

Soraya Sáenz de Santamaría, por ejemplo.

lunes, 3 de mayo de 2010

Historias de Renania. Capítulo uno: Las moscas y la prensa.



Un millón de moscas no puede equivocarse: ¡coma mierda! - Pintada anarquista en alguna parada del metro de Madrid durante la Transición.

Empecemos en un país donde el clientelismo está completamente desarrollado en la vida pública: quien tiene un contacto, tiene una solución. En caso de no conocer a la persona debida, tienes que desembolsar en algunos casos un importe extra. Por ejemplo, al sacarte el carné de conducir en las grandes ciudades. No es extraño pagar un extra al examinador para aprobar. Contemos también con que ese país ha manipulado las estadísticas oficiales y el déficit ha alcanzado grados extremos. No hay que olvidar tampoco, el toque dinástico de la política ni los privilegios de ciertos sectores como la Iglesia, que hasta este año no pagaban impuestos. A grandes rasgos, tenemos así una imagen de lo que ha sido y es Grecia.

Ahora cambiemos de Estado y vayamos al que se denomina la locomotora de Europa. ¿Qué es eso de Europa? También a grandes rasgos, podemos decir que esa organización en la que todos se ponen de acuerdo y Alemania paga. Los fondos de cohesión que recibe España, la PAC de la que se beneficia Francia, o el cheque británico salen mayoritariamente del bolsillo germánico. Cuando pagas todo, por mucho poder e influencia que recibas a cambio, te acabas cansando.

Llegados a este punto tenemos un estado deficitario, europeo e irresponsable y otro rico (o al menos cuyo déficit es manejable), también europeo y algo más responsable. El primero necesita ayuda económica urgentemente y apela a su condición de europeo para conseguirla (recordemos: Europa es cuando Alemania paga). ¿Está dispuesta Alemania a prestar ayuda fácilmente? Respuesta clara: no. ¿Por qué? La primera razón, si la hubo, era que la legislación europea prohibía salir directamente en ayuda de un Estado miembro. Una vez comprobado que, de no tomar ninguna medida, Grecia entraría en bancarrota y arrastraría al euro, el argumento legalista se diluyó.

Junto al legalista, había otro motivo más populista y real: el 80% de los alemanes está en contra de la eventual ayuda financiera. No es fácil tomar una decisión cuando tanta gente se opone. La situación preocupa y una parte de la sociedad se pregunta por qué ayudar a alguien que ha mentido y se preocupa por el riesgo de que no se devuelva lo prestado. Diputados alemanes defendieron que, si Grecia quería dinero, podía vender islas que formen su territorio nacional, pero que nada de un plan de rescate. ¿Resultado? Maravilloso cruce de declaraciones entre los dos Estados con diputados helénicos reclamando, 65 años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, indemnizaciones por la misma.



Siguiente paso: pasemos a la prensa. El primer motivo, el legalista, fue defendido por todos los periódicos de centro-derecha (color político del gobierno de Berlín). El Frankfurter Allgemeine, periódico clásico conservador, tiene todos los días una noticia de Grecia en su portada. Ya sea en su página web (donde hasta tiene un apartado especial dedicado al tema) o en su edición impresa. Al ver el alto índice de preocupación e interés de los alemanes sobre este tema, incluyeron en el suplemento de viajes que distribuyen los domingos, un reportaje en el que se respondía a una serie de FAQs para que habitante medio de Renania tuviera las cosas claras. Por ejemplo: ¿Merece la pena comprar una isla griega?, ¿Se puede confiar en los helénicos?. Y así hasta quince.

Eso en la prensa conservadora moderada, porque los sensacionalistas del Bild prefirieron el otro argumento: el populista. Mucho más cercano a sus lectores. Explicándolo también a grosso modo, el Bild es un periódico que, en su edición normal, cuesta 60 céntimos (el Frankfurter 1,90€. Más del doble). Vender a ese precio sólo se consigue metiendo publicidad de supermercados baratos (low cost) en las que a toda página se detallan las ofertas de la semana. También con noticias sobre famosos y un nivel de redacción tan básico que te hace pensar que ya sabes un perfecto alemán. Obviamente, intenta acercarse a los sectores sociales con menor nivel de educación. Y lo hace con éxito, llegando a 12 millones de lectores al día. Es el mejor vendido de toda Europa. Siente excesiva debilidad por las noticias de sucesos y crímenes, dando todo lujo de detalles sobre acontecimientos que pueden satisfacer el eventual morbo que sus seguidores tengan: cuántas eran y por dónde entraron las puñaladas que un asesinado recibió, edad, padecimiento hasta su definitiva muerte.

Con el asunto griego, el Bild ha descubierto un nuevo filón, mucho mejor que los asesinatos. A través de sus titulares de portada ha sabido combinar sensacionalismo, populismo, algo de nacionalismo e indignación oponiéndose a la eventual ayuda alemana a Grecia y dando a la vez verdaderas lecciones de periodismo amarillo. De esta manera, utiliza frases que dan la sensación de que ya están dando ayuda cuando todavía no se había aprobado la misma (Los arruinados griegos cada vez peor. ¿Cuánto nos tocará poner?), utilizan frases que contienen la palabra "nosotros", "Alemania", o "nosotros alemanes" contínuamente (¡Los griegos quieren todavía más dinero nuestro!), cada vez que menciona a los griegos les acuña adjetivo pleite (arruinado, en quiebra, en bancarrota). Y se dedica a difundir el miedo a que, de prestarles dinero, no lo devuelvan.

Doce millones de lectores alemanes del Bild no pueden equivocarse, _____________________ (rellene el hueco).

Nota Marginal: Las vacaciones de Semana Santa se nos alargaron más de lo debido, por eso hemos escrito menos que de costumbre. Pero, con la llegada de mayo, pretendemos volver a actualizar esto.
Fotos: Hombre caminando desnudo por Haití tras el terremoto (extraída de El País). Recortes de titulares del Bild sobre Grecia (extraído de un blog del periódico).

lunes, 22 de marzo de 2010

Historias de la Hahnenstrasse: El día que Jean Paul Sartre derrotó a J.D. Salinger






Las experiencias infantiles condicionan, hasta un punto superiror al que cualquiera imaginaría, la posterior existencia y desarollo del individuo. Esto no es la repeteción de otro post de este blog, sino algo que tiene toda la pinta de convertirse verdad absoluta y, de ahí, ser elevado a dogma. Lo cierto es que cuando tenía la dulce edad de trece años, apareció un día mi Señora Madre por mi cuarto y decidió que era el momento ideal para que madurase. A tal efecto, me entregó un libro que, según lo que ella me dijo, marcaba el paso de infancia a adolescencia-mundo adulto: El guardián entre el centeno. La novela en cuestión no me impresionó tanto como a otra mucha gente, pero en cualquier caso sí lo hizo aquel formalismo, quizás algo pomposo, de la entrega y que aquella obra te hiciese crecer.

Dejando de lado a Salinger, lo cierto es que varios años después se demuestra que aún me faltan las necesarias luces que la literatura debería traer. Y, cualquiera la razón, jamás ví lo que tenía delante. No sería por falta de pistas, pero nunca tuve en cuenta que mis compañeras de piso tienen una educación bastante francesa. Primero llegó a la Hahnenstrasse (armoniosa casa que comparto con Alemana&francesa) un microondas que ellas trajeron. Pequeño lujo para ser estudiantes, pero algo pasable. Posteriormente una máquina que sólo servía para calentar pizzas (de ahora en adelante, calienta pizzas). Ocupaba considerablemente y su utilidad es bastante cuestionable teniendo un horno y el ya mencionado microondas. Y, cuando parecía, que semejante racha consumista de aparatos de cocina iba a acabar, se empeñaron en comprar(se) un aparato para fundir queso y hacer raclette. También de proporciones nada despreciables.

Mi falta de luces o tontería quedó patente hace pocas semanas, cuando mi compañera de piso alemana celebró su cumpleaños con una fiesta organizada en nuestra casa. A tal efecto, invitó a varios niños guapos de su curso. Estudiantes de Derecho: dos años en Colonia, dos años en París. Políglotas y afrancesados. Algunos de ellos quizás acaben siendo catedráticos de Derecho Administrativo. El resto era gente interesante: gente que ha estado en Israel trabajando en obras sociales tras acabar el bachillerato, otro que lo hizo para la Iglesia y un amigo de ella, parecido a Jean Paul Sartre. También estudiantes de medicina de Heidelberg (universidad por excelencia y de excelencia alemana). Así hasta llegar a unos quince o veinte.



Como invitado me tocó pensar en qué podía regalarle. Esas cosas son difíciles. Tras pasear un buen rato por Mayersche, librería-centro comercial de Colonia sin demasiado encanto (pese a tener entre sus estanterías un ¡Hola! que me sirvió para contemplar, aliviado, que Isabel Preysler sigue viva) me encontré con "El guardián entre el centeno". Salinger acababa de morir hacía unos días. Si a lo que mi Señora Madre me había dicho (es un libro que te hará madurar. Marca el paso de una edad a otra) se le sumaba el oportunismo, bastante evidente, del reciente fallecimiento del autor, aquello se planteba con el regalo perfecto. Problema solucionado.

El cumpleaños se desarrolló según lo esperado: bebidas no alcohólicas junto a unos cuantos de barriles de cerveza. Junto a eso, kilos y kilos de comida. Evidentemente, la máquina de las raclettes estuvo presente, porque para eso se compró. Ocasiones de gala como esta lo merecían. Fundíamos queso que posteriormente se vierte sobre patatas cocidas, sandwiches o cualquier otra cosa comestible.

Mediado el cumpleaños, llegó el momento más esperado: la apertura de regalos. Todos los presentes apilados, Salinger no podía fallarme. Primer obsequio: un cheque para una cena. Tras eso, una película, un libro de Anna Gavalda. Estaba hecho. Ninguna de esas cosas podría tener el efecto marca-el-paso-de-una-edad-a-otra de lo que yo había comprado. Salinger caballo ganador. Cogió mi regalo. Lo desenvolvió. Otro libro más. Un tal Salinger debió pensar. Agradecimientos de rigor por su parte y, después, el silencio. Tras eso, la más pura soledad. Intenté decir que el autor acababa de fallecer, pero ni siquiera el oportunismo salvó el hecho de que fuera otro libro más. Abrió más cosas. Quizás algún libro más. Salinger había fracasado. Tenía toda la pinta de que aquella novela cogería polvo en cualquier estentería. Salinger mordió el polvo.

¿Qué había salido tan mal? Mientras yo estaba sentado al borde del sofá intentando responder a esa pregunta, mi compañera alemana de piso abrió su último regalo. Y todos los niños tan guapos como afrancesados (que según cifras oficiales eran todos menos yo) enloquecieron. Prorrumpieron en dulces gritos como "C´est magnifique", "Mervellieux" o "Wunderbar". ¿De qué se trataba? Había descubierto el obsequio de su amigo bastante parecido a Jean Paul Sartre, que consistía en unos pequeños posahuevos.



Era la típica cosa de cocina que casi nunca se utilizaría. Y entonces lo ví claro, entendí que los afrancesados de ellos sentían una deliberada pasión por los instrumentos de cocina, por muy escasa utilidad o uso que tuvieran. No sólo los posahuevos, sino también el calienta-pizzas, la máquina de las raclettes y otra sartén que sólo servía para preparar crepes. Cosas que a alguien que cocina más que ellas como yo, le causaban bastante indiferencia al no encontrarles demasiada aplicación, pero que a ellos les maravillaba. El mundo francés y parte del alemán siente pasión por las pijaditas en el mundo de la cuisine.

¿Y mi relación con mis compañeras de piso? Parecía que habían perdonado mi torpeza, mi escasa capacidad de abstracción al no ver lo que tenía delante de mis narices haciendo un regalo erróneo. Lo cierto es que el otro día hicieron quiche lorraine, invitaron a algún que otro amigo a ello, entre los cuales estaba el que se parece a Jean Paul Sartre. Y, pese a que me preguntaron si podían hacer uso de mi queso rallado, lo cierto es que no fuí invitado. Nunca Sartre estuvo tan de moda, nunca Salinger cayó tan bajo.

Fotos: Portada del libro en cuestión. Jean Paul Sartre por Cartier Bresson y posahuevos cualquiera.

Nota marginal: Estamos buscando políticas activas para luchar contra el Spam que nos invade en forma de comentarios prometiéndonos aparatos que nos harán crecer el pene, matrimonio con princesas rusas o millones de dólares en segundos. Aunque suena bien, estamos dispuestos a escuchar a la Sinde para que nos aconseje. Lo de la censura le va.