jueves, 16 de septiembre de 2010

La energía nuclear tras Cerveza Amarga

David en Princeton, dando una conferencia sobre la idoneidad de las armas nucelares.

Desmentir las leves presiones ejercidas hacia mi estimado compañero de blog sería una pérdida de tiempo. También lo sería decir que no hice recortes de periódico -especialmente escogí La razón, a sabiendas de que David se la lee entera- indicándole la conveniencia de actualizar. En vano todo.

Como de hasta el extranjero venían presiones para que se diese vida al blog y el enfurecimiento de la comunidad internacional no surtía el más mínimo efecto (David es como los iraníes con el uranio enriquecido, no se inmutan demasiado ante las presiones de fuera), hubo que poner en práctica el plan B. ¿En qué consistía?¿Invadir Rentería?¿un nuevo paquete de medidas contra Burgos?¿bloquear las cuentas de todos los bancos de Neila -paraíso fiscal- en el que David tuviera su dinero?

Más sencillo: con crear un blog nuevo, sería suficiente. Nace así La orilla izquierda del Rin, en el que iré hablando de Alemania y, en menor medida (cabe esperar), de la vida erasmus. El tener un nuevo blog no supone acabar con Cerveza Amarga. Tan pronto como David renuncie a enriquecer uranio y se ponga a escribir, este blog será retomado.

Hasta entonces: http://www.laorillaizquierda.blogspot.com/

domingo, 12 de septiembre de 2010

Ultimátum

Acostumbrado desde hace tiempo a recibir todo mensaje y contenido en formato de ceros y unos (digital), se me hizo sospechoso tener que recoger un paquete físico (analógico, supongo).

Contemplé horrorizado el macabro contenido, oculto entre ejemplares de "La Razón" hechos trizas: una chapa, doblada, de la cerveza Heineken. Horriblemente mutilada, desfigurada, yacía junto a una nota escrita con letras recortadas de noticias del "ABC" y "El Mundo". El autor sabía cuáles eran mis periódicos de cabecera, qué duda cabe. La nota rezaba así:

"El botellín de de cerveza es un símbolo del blog, nuestro niño, nuestro peque, el cuquirriquín. La chapa sólo es el primer aviso. Como no vuelvas a escribir, maldito bastardo, me quedo yo con su custodia y te estampo el vidrio en toda la cabeza, o, peor aún, te obligo a beberte la Heineken entera. Fdo.: Vázquez".

He tenido que ceder al chantaje de los violentos. Heineken, tíos, brr.

martes, 31 de agosto de 2010

Las lágrimas de Laurent Fignon




Si me hubieran preguntado a lo largo de mi tierna infancia qué día del año me parecía el peor, hubiera respondido que el 31 de agosto. Marcaba el momento en el que volvíamos de Asturias a Valladolid, el fin del verano y el comienzo de un nuevo curso. Hasta que no pasaron bastantes años y entré en la fase de adolescencia, no superé el odio hacia semejante fecha.

El verano suponía la ausencia de colegio, algún coñazo de campamento, el mes de agosto en Asturias entre la playa y las vacas y otros pequeños placeres como los mikolápices, frigopies y, en ocasiones súmamente especiales, los Magnums. El momento elegido para la consumición del helado era entre la primera y la última semana de julio en un intervalo horario de 15.30 a 17.30 de la tarde. Semejante precisión gastronómica no era arbitraria. Simplemente, se correspondía con el momento en el que mi padre bajaba al bar -durante aquellos felices años teníamos la bendición de no disponer de televisión- a ver el Tour de Francia y beber café. Es bastante posible que fuera único en su afición, ya que en esos momentos vespertinos sólo había paisanos fumando puros y jugando a las cartas.

Como buen hijo, en gran parte de las ocasiones me decidía a acompañar a mi padre al bar. Evidentemente, a mis seis años no tenía el mismo interés por el Tour que él. Existía un claro conflicto de intereses. Si a él le movía la ronda gala, yo veía en ella la perfecta ocasión para comer algún helado. Desde mis ojos el ciclismo era algo secundario. Eso sí, el helado que pidiese estaba en función de la etapa. Si en la misma se subía algún puerto clasificado como hors catégorie, el helado era digno de semejante evento; un Magnum. Siendo etapa normal y corriente, la cosa se solía quedar en el siempre-agradable-mikolápiz.

Intentó inculcar mi padre su pasión por el ciclismo en varias ocasiones. Solía (y suele) repetir con regularidad lo relativo al Tour de 1989. Hubo dos momentos decisivos en aquella carrera: el prólogo, ya que Perico Delgado perdió varios minutos en él al no salir cuando debía. Ya no volvió a levantar cabeza en esa ronda y quedó relegado al tercer puesto pese a haber ganado la edición de 1988.



El otro momento decisivo del Tour de Francia del 89 ocurrió en su última etapa. Se trataba de una contrarreloj que recorrería las calles de París, abarrotadas de gente. Todos esperaban ver subir al cajón más alto del Podio al que en ese momento llevaba el maillot amarillo: el francés Laurent Fignon. A 50 segundos de él en la clasificación general se encontraba el americano Greg LeMond, muy buen contrarrelojista. La etapa era corta y Fignon debía resistir los 24,5 km para hacer realidad el sueño de los franceses de ver a su corredor coronarse en casa.

Dicen que la bicicleta de LeMond contribuyó en gran medida al fatal desenlace. Cierto o no, París enmudeció aquella tarde de julio. El americano sacó 58 segundos en la contrarreloj a Fignon (8 segundos en la general). Suficiente para arrebatarle el triunfo al francés y evitar su coronación en los Campos Elíseos. Nada más cruzar Fignon la línea de meta, se desplomó sobre el suelo echándose a llorar amárgamente. Si mi padre no se equivoca, aquella fue la última vez que el Tour acabó con una contrarreloj.

No fue esa la última vez que Laurent Fignon lloró. En 2009, ya retirado del ciclismo profesional desde hacía más de diez años, colaboró en las retransmisiones de la televisón pública francesa sobre el Tour. Tras la última etapa, en París pero no una contrarreloj, y cuando todos los periodistas se estaban despidiendo de la audiencia, se echó a llorar. Estaba enfermo de cáncer y temía que aquél fuera el último Tour al que asistiera debido a su enfermedad. Hoy, víctima de la misma, ha fallecido Laurent Fignon.

viernes, 21 de mayo de 2010

El día que peligró la Revolución Rusa

A pesar de que existen toneladas de literatura sobre la Revolución Rusa, la comunidad historiadora pocas veces hace alusión a uno de los hechos más tensos acaecidos en 1917: sacó a Lenin de sus casillas e hizo peligrar el alzamiento.

Está asumido que las revueltas de Febrero, que hicieron abdicar al zar Nicolás II, fueron más o menos espontáneas (convergieron manifestaciones del Día Internacional de la Mujer y otras exigiendo pan para el pueblo). Sin embargo, la revolución de Octubre fue minuciosamente planeada por líderes e intelectuales bolcheviques, aproximadamente desde Julio (tras las Jornadas del mismo mes) hasta prácticamente el día anterior a derrocar el gobierno provisional de Kerensky. Sin embargo, lo que muchos historiadores obvian es el hecho de que los rojeras habrían podido acceder al poder mucho antes de Octubre de no ser por la torpeza de Gumersindo Tapia, un humilde trabajador del departamento de propaganda de los rebeldes. En Febrero, los bolcheviques eran más bien una minoría, aunque comenzaban a hacerse notar a través del Soviet de Petrogrado (actual San Petersburgo), así que la propaganda era fundamental para extender su mensaje marxista-leninista y, sobre todo, ampliar su base social, en vista de hacer más fácil su ascenso al Palacio de Invierno. Sin embargo, Tapia terminó un cartel para concienciar sobre la violencia machista (ya de actualidad en aquella época) justo cuando el responsable de propaganda bolchevique había cogido unos días libres por paternidad, y, por tanto, no podía supervisar el trabajo. Así que la composición final salió hacia la imprenta sin que nadie reparara en el desafortunado eslogan: "No te atrevas a levantarme el puño".

Al día siguiente, Petrogrado amaneció empapelada con la obra de Gumersindo Tapia. Lenin no se percató hasta después de un mitin un tanto extraño, en el que desplegó toda su simbología comunista, pero la reacción de los asistentes fue más tímida y recatada de lo habitual: había miradas dubitativas, nervios, indecisión y risas flojas. Lenin lo comprendió todo al ver el cartel, entró en cólera y ordenó detener cuanto antes al incauto Gumersindo Tapia, mientras mascullaba palabras como "gulag", "traidor" y "Gorvachov". Se dice que el mitin que Lenin ofreció al día siguiente fue el más airado, agresivo y exitoso de todos los que precedieron a la revolución de Octubre.

viernes, 14 de mayo de 2010

Eyjafjallajökull 16 Revisited

Será un acontecimiento histórico para el planeta y supondrá una esperanza para muchos seres humanos

Leire Pajín

Leire Pajín hizo una clara e inequívoca alusión a este blog y sus dos autores, aunque un ojo no entrenado probablemente pensará que se refería a la coincidencia de las presidencias de Obama en los EEUU y Zapatero en la UE. Nada más alejado de la realidad.

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Mira, me dijo ella señalando la televisión, el espacio aéreo de Reino Unido está cerrado por las cenizas de un volcán Islandés. Bah, contesté con desprecio, no creo. Era nuestra primera mañana en Edimburgo y mi única preocupación por el momento era decidir si me iba a hacer dos tostadas de nutella, una de nutella y otra de mermelada, o dos de mermelada. En caso de elegir una de las dos últimas opciones entraba en juego la variable sabor de la mermelada y sus múltiples combinaciones: ¿fresa, frambuesa, melocotón, juntos, revueltos, colchón de mantequilla sí o no? Cuando mi cerebro terminó de procesar esa nada desdeñable cantidad de datos (el resultado no lo recuerdo), me interesé por los breves titulares que se desplazaban por la parte baja de la pantalla: ella tenía razón, maldita sea. Bueno, no pasa nada, estamos aquí hasta el domingo, la nube en dos días se pasa. Esta última frase aprovechó algún vacío teórico de la física y se reprodujo indefinidamente hasta llegar a los oídos de algún alto cargo de Ryanair, Aer Lingus o Transavia. EN DOS DÍAS SE PASA, PASA, ASA, SA, A. La carcajada de ese trabajador también se reproduce y resuena en mi cabeza desde entonces, quizás aprovechando el vacío.

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Ser perroflauta y mochilero en el siglo XXI es bastante más cómodo y accesible que antes: el componente ideológico y la filosofía se mantienen intactos, las infraestructuras mejoran sustancialmente. El hostal en el que nos hospedamos presumía de ser el más “funky” de Edimburgo, y estaba decorado con murales psicodélicos, colores intensos, figuras distorsionadas y portadas de The Clash, Iggy & The Stooges y Sex Pistols. Todo muy punk. Claro que también estaban Bob Dylan y Johnny Cash. Conviviendo con todo esto, y en perfecta armonía, los ordenadores con acceso libre a internet, el wifi gratis en todo el edificio, los portátiles disponibles para navegar mientras te sentabas en los sofás del bar del propio hostal, la wii, la sala del proyector con chorrocientas películas, el billar. Todo muy punk, vaya.

Do it yourself!

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¿Qué coño? Hemos llevado estas maletas en todos nuestros vuelos y siempre han ido de mano. No, pero es que este vuelo Edimburgo-Cork es “regional”, las medidas permitidas son menores que las habituales, nos dijo la señorita de Aer Lingus con cara de zorra amargada. Son 15 libras, gracias por elegirnos, buen viaje, saque la tarjeta de crédito. Los momentos de espera fueron de una melancolía especial, teñida de una decadencia crepuscular, no sólo porque el aeropuerto estuviera desierto, vacío de sus habitantes postmodernos en tierra de nadie, sino porque, en efecto, estaba anocheciendo. Y el avión apareció, y también era pequeño como las maletas de mano permitidas y tenía hélices, algo inquietante en estos tiempos que corren. Y nosotros comimos las últimas galletas en tierras escocesas.

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Oye, que leo en internet que Ryanair ha cancelado definitivamente todos sus vuelos hasta el martes. No podemos ir a Berlín. Cambio de pestaña, mensaje de Vázquez en tuentis: La cosa se está poniendo fea. Estamos en el aeropuerto pero no está claro que vayamos a salir. Contesto: Nuestro vuelo del domingo se ha cancelado, estamos atascados en Edimburgo. Cosa chunga, de ese vuelo a Berlín nos devuelven la pasta, pero el de ahí a Ámsterdam, y el de Ámsterdam de vuelta a Cork no están cancelados, no tenemos derecho a nada, somos la última pieza de este macabro efecto dominó. Y los hostales, más de lo mismo. Vaya chasco, esta gira europea había sido planificada con preventiva antelación, milimétrica precisión y exquisito mimo por los pequeños detalles, amén de una completa documentación de situación de aeropuertos, medios de transporte, lugares a visitar y acertados timings, puestos a usar palabrería anglosajona del mundo de la publicidad, que siempre aporta coolitud. Pero todo este plan había un vacío: el designado al plan en Berlín. ¿El motivo? Allí, Vázquez y yo nos íbamos a reencontrar tras tantos meses, íbamos a fundirnos en un abrazo, íbamos a llorar de emoción, iba a ser nuestro guía de la otrora dividida capital teutona, iba a iluminarnos y, llegado el momento, iba a darme una colleja como sólo él sabe y me diría: actualiza con más frecuencia, cabrón, deja de decepcionarme (más). Así, con el paréntesis. Pero yo le quiero.

Veo a Vázquez saludar desde Alemania, dice ella, sigue igual de guapo.

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Fue gracioso que durante los primeros días, aún con esa inocencia innata, esa ilusión por conocer tres ciudades europeas en diez días, degustábamos poco a poco las obras que nos acompañaban, El Túnel y Pedro Páramo, con timidez, limitándolas sólo a largos viajes, temerosos de quedarnos sin lectura antes de que nuestro periplo europeo terminara. Cuando tuvimos que bajar a la recepción para anunciar que, por tercera vez, íbamos a quedarnos otro día más, y uno más, y otro más, y a ese día le sucederá otro día más, ya se nos había quitado la tontería y devorábamos las guías de viaje, un libro de listas (e.g. “Top 10 singles de cantantes solistas en UK en 2004”, “Los estados con mayor cantidad de gasolineras por habitante”) y hasta uno de una tal Åsa Larsson. Malo, muy malo, malísimo, dijo ella (ella, no Åsa Larsson), pero quiero saber qué pasa.

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Lo remarcable o triste o doloroso no es que estuviéramos stuck inside of Edinburgh with the volcanic ashes again durante una semana, ni el vasto tiempo que tuvimos para visitar todos sus maravillosos recovecos, sus calles medievales, todas deslumbrantes y oscuras a la vez, sus edificios, cada cual más majestuoso que el anterior. En cierta manera se parece a San Sebastián, me dice ella, es pequeña, hay dos montañas alrededor, los edificios son similares, el color de la ciudad es el mismo. Es cierto: sin duda, lo más parecido es el color, jamás se me habría ocurrido una comparación más acertada. En cualquier caso, no importa que visitáramos el castillo, la National Gallery, el Museo Nacional de Escocia, los dos museos de arte moderno, el Leith Walk, el jardín botánico, Carlton Hill, Arthur's Seat, la Royal Mile, Grassmarket, el parlamento de Escocia, Rosslynn Chapel, Princess Street (diez veces al día), los jardines de Princess Street, me jode que la estatua de Sherlock Holmes la hubieran quitado por obras, cabrones, Bobby, el perro de Grey Friars, Elephant House (si J.K. Rowling se insipiró y dio el pelotazo yo también puedo). Sin duda, lo más remarcable y triste y doloroso y frustrante de todo el viaje es que fue el viaje en el que casi nos encontramos Vázquez y yo, y es bastante más de lo que jamás soñaríamos en mil vidas estando de Erasmus en puntos tan alejados como Cork y Colonia.

Pasatiempos Cerveza Amarga: ¿cuántas cosas de las que visitamos aparecen en la foto?

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Mientras matábamos el tiempo en la sala de ordenadores, a la espera de novedades, entraba y salía todo el elenco de personajes sin los que, desde luego, la estancia en Edibmurgo no habría sido igual de exótica y reveladora. A mi lado estaba una simpática chica brasileña, con la que al final visitamos juntos varios sitios, que había dejado su anterior vida de fisioterapeuta y de casada para aprender inglés y viajar por todo el mundo. Planeaba su tercera visita a la India y el volcán también le había fastidiado un tour, como a nosotros, esta vez por los países escandinavos. Ella, a su vez, conoció a otras brasileñas, madre e hija, y esta última estaba estudiando en Salamanca y tenía que volver a un examen. En el sofá estaba un argentino que era el prototipo de turista que sólo se interesa por la fiesta, sólo quiere visitar la fiesta de las ciudades, sólo sale de fiesta y el resto del tiempo está de resaca. Su otro amigo argentino, más imbécil aún, se pasaba el día gritando a alguien por la webcam. Mientras apaleaba sin piedad el F5, ella me llamó. Oye, ven, que esta señora me pide ayuda y no tengo ni idea. Me sentí bien cuando enseñé a la mujer a registrarse en una oferta de trabajo, a adjuntar el currículum en el correo electrónico y cuando le sugerí que escribiera unas palabras de presentación. Me sentí mejor cuando, otro día, por el pasillo, me paró y me dijo me fuiste muy útil, sí, sí, muchas gracias. Empecé a sospechar cuando diez minutos después me volvió a cazar en la cocina y me preguntó estás buscando trabajo, estudias, pues deberías buscar trabajo, sí, sí. Adopté actitud evasiva cuando, a partir de entonces, me guiñaba el ojo cada vez que nos cruzábamos. Me ayudaste, sí, sí.

Apple y Bob Dylan: mismo acto de rebeldía, distintas épocas.

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Y leí en internet: Oye, aquí pone que a partir mañana Aer Lingus reanuda sus viajes entre Edimburgo y otras ciudades de Reino Unido e Irlanda. La web nos deja comprar billete para pasado mañana, Edimburgo-Cork, ya en casa miraremos qué podemos recuperar del resto del viaje. Tras dudas, reflexiones, opciones, llamadas a progenitores (papis, papis), lo decidimos: compraríamos esos billetes a precio de caviar iraní. Lo importante era volver. Al día siguiente, los vuelos que supuestamente iban a despegar no despegaron. Bueno, aún tenemos un día de colchón. El día V de vuelo o de vuelta, tras una mañana de angustia, nada parecía cambiar. Cinco minutos antes de salir a por el autobús del aeropuerto y despedirnos de los trabajadores del hostal (que estaban convencidos de volver a vernos horas después, o más bien deseosos), el vuelo seguía correctamente programado. Parece que sí, que nos vamos. Coge la maleta, guárdame la mochila, dame una galleta.

Por fin, se acaba. Vamos, sube al autobús. Me muero de ganas de llegar al aeropuerto y esperar tranquilamente, sin sobresaltos. SIN SOBRESALTOS, SALTOS, ALTOS, TOS, OS, S... resonó en la cabeza de la empleada de Aer Lingus, que nos esperaba en el mostrador.

Los pocos que esperábamos en el aeropuerto parecíamos héroes crepusculares.

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Leire Pajín sabía de la importancia de este encuentro entre Vázquez y Deiviz en Berlín, desde hace tiempo tenía datos actualizados de movimientos sísmicos, indicios de que el Eyjafjallajökull entraría en erupción, pero ocultó la realidad intencionadamente y nos engañó a todos: a Cerveza Amarga, al principal partido de la oposición y a toda la ciudadanía española. Exigimos la dimisión no sólo de Pajín, sino de todo el gobierno socialista en bloque, por incompetencia económica, geológica y aeronaútica.

Soraya Sáenz de Santamaría, por ejemplo.

lunes, 3 de mayo de 2010

Historias de Renania. Capítulo uno: Las moscas y la prensa.



Un millón de moscas no puede equivocarse: ¡coma mierda! - Pintada anarquista en alguna parada del metro de Madrid durante la Transición.

Empecemos en un país donde el clientelismo está completamente desarrollado en la vida pública: quien tiene un contacto, tiene una solución. En caso de no conocer a la persona debida, tienes que desembolsar en algunos casos un importe extra. Por ejemplo, al sacarte el carné de conducir en las grandes ciudades. No es extraño pagar un extra al examinador para aprobar. Contemos también con que ese país ha manipulado las estadísticas oficiales y el déficit ha alcanzado grados extremos. No hay que olvidar tampoco, el toque dinástico de la política ni los privilegios de ciertos sectores como la Iglesia, que hasta este año no pagaban impuestos. A grandes rasgos, tenemos así una imagen de lo que ha sido y es Grecia.

Ahora cambiemos de Estado y vayamos al que se denomina la locomotora de Europa. ¿Qué es eso de Europa? También a grandes rasgos, podemos decir que esa organización en la que todos se ponen de acuerdo y Alemania paga. Los fondos de cohesión que recibe España, la PAC de la que se beneficia Francia, o el cheque británico salen mayoritariamente del bolsillo germánico. Cuando pagas todo, por mucho poder e influencia que recibas a cambio, te acabas cansando.

Llegados a este punto tenemos un estado deficitario, europeo e irresponsable y otro rico (o al menos cuyo déficit es manejable), también europeo y algo más responsable. El primero necesita ayuda económica urgentemente y apela a su condición de europeo para conseguirla (recordemos: Europa es cuando Alemania paga). ¿Está dispuesta Alemania a prestar ayuda fácilmente? Respuesta clara: no. ¿Por qué? La primera razón, si la hubo, era que la legislación europea prohibía salir directamente en ayuda de un Estado miembro. Una vez comprobado que, de no tomar ninguna medida, Grecia entraría en bancarrota y arrastraría al euro, el argumento legalista se diluyó.

Junto al legalista, había otro motivo más populista y real: el 80% de los alemanes está en contra de la eventual ayuda financiera. No es fácil tomar una decisión cuando tanta gente se opone. La situación preocupa y una parte de la sociedad se pregunta por qué ayudar a alguien que ha mentido y se preocupa por el riesgo de que no se devuelva lo prestado. Diputados alemanes defendieron que, si Grecia quería dinero, podía vender islas que formen su territorio nacional, pero que nada de un plan de rescate. ¿Resultado? Maravilloso cruce de declaraciones entre los dos Estados con diputados helénicos reclamando, 65 años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, indemnizaciones por la misma.



Siguiente paso: pasemos a la prensa. El primer motivo, el legalista, fue defendido por todos los periódicos de centro-derecha (color político del gobierno de Berlín). El Frankfurter Allgemeine, periódico clásico conservador, tiene todos los días una noticia de Grecia en su portada. Ya sea en su página web (donde hasta tiene un apartado especial dedicado al tema) o en su edición impresa. Al ver el alto índice de preocupación e interés de los alemanes sobre este tema, incluyeron en el suplemento de viajes que distribuyen los domingos, un reportaje en el que se respondía a una serie de FAQs para que habitante medio de Renania tuviera las cosas claras. Por ejemplo: ¿Merece la pena comprar una isla griega?, ¿Se puede confiar en los helénicos?. Y así hasta quince.

Eso en la prensa conservadora moderada, porque los sensacionalistas del Bild prefirieron el otro argumento: el populista. Mucho más cercano a sus lectores. Explicándolo también a grosso modo, el Bild es un periódico que, en su edición normal, cuesta 60 céntimos (el Frankfurter 1,90€. Más del doble). Vender a ese precio sólo se consigue metiendo publicidad de supermercados baratos (low cost) en las que a toda página se detallan las ofertas de la semana. También con noticias sobre famosos y un nivel de redacción tan básico que te hace pensar que ya sabes un perfecto alemán. Obviamente, intenta acercarse a los sectores sociales con menor nivel de educación. Y lo hace con éxito, llegando a 12 millones de lectores al día. Es el mejor vendido de toda Europa. Siente excesiva debilidad por las noticias de sucesos y crímenes, dando todo lujo de detalles sobre acontecimientos que pueden satisfacer el eventual morbo que sus seguidores tengan: cuántas eran y por dónde entraron las puñaladas que un asesinado recibió, edad, padecimiento hasta su definitiva muerte.

Con el asunto griego, el Bild ha descubierto un nuevo filón, mucho mejor que los asesinatos. A través de sus titulares de portada ha sabido combinar sensacionalismo, populismo, algo de nacionalismo e indignación oponiéndose a la eventual ayuda alemana a Grecia y dando a la vez verdaderas lecciones de periodismo amarillo. De esta manera, utiliza frases que dan la sensación de que ya están dando ayuda cuando todavía no se había aprobado la misma (Los arruinados griegos cada vez peor. ¿Cuánto nos tocará poner?), utilizan frases que contienen la palabra "nosotros", "Alemania", o "nosotros alemanes" contínuamente (¡Los griegos quieren todavía más dinero nuestro!), cada vez que menciona a los griegos les acuña adjetivo pleite (arruinado, en quiebra, en bancarrota). Y se dedica a difundir el miedo a que, de prestarles dinero, no lo devuelvan.

Doce millones de lectores alemanes del Bild no pueden equivocarse, _____________________ (rellene el hueco).

Nota Marginal: Las vacaciones de Semana Santa se nos alargaron más de lo debido, por eso hemos escrito menos que de costumbre. Pero, con la llegada de mayo, pretendemos volver a actualizar esto.
Fotos: Hombre caminando desnudo por Haití tras el terremoto (extraída de El País). Recortes de titulares del Bild sobre Grecia (extraído de un blog del periódico).

lunes, 22 de marzo de 2010

Historias de la Hahnenstrasse: El día que Jean Paul Sartre derrotó a J.D. Salinger






Las experiencias infantiles condicionan, hasta un punto superiror al que cualquiera imaginaría, la posterior existencia y desarollo del individuo. Esto no es la repeteción de otro post de este blog, sino algo que tiene toda la pinta de convertirse verdad absoluta y, de ahí, ser elevado a dogma. Lo cierto es que cuando tenía la dulce edad de trece años, apareció un día mi Señora Madre por mi cuarto y decidió que era el momento ideal para que madurase. A tal efecto, me entregó un libro que, según lo que ella me dijo, marcaba el paso de infancia a adolescencia-mundo adulto: El guardián entre el centeno. La novela en cuestión no me impresionó tanto como a otra mucha gente, pero en cualquier caso sí lo hizo aquel formalismo, quizás algo pomposo, de la entrega y que aquella obra te hiciese crecer.

Dejando de lado a Salinger, lo cierto es que varios años después se demuestra que aún me faltan las necesarias luces que la literatura debería traer. Y, cualquiera la razón, jamás ví lo que tenía delante. No sería por falta de pistas, pero nunca tuve en cuenta que mis compañeras de piso tienen una educación bastante francesa. Primero llegó a la Hahnenstrasse (armoniosa casa que comparto con Alemana&francesa) un microondas que ellas trajeron. Pequeño lujo para ser estudiantes, pero algo pasable. Posteriormente una máquina que sólo servía para calentar pizzas (de ahora en adelante, calienta pizzas). Ocupaba considerablemente y su utilidad es bastante cuestionable teniendo un horno y el ya mencionado microondas. Y, cuando parecía, que semejante racha consumista de aparatos de cocina iba a acabar, se empeñaron en comprar(se) un aparato para fundir queso y hacer raclette. También de proporciones nada despreciables.

Mi falta de luces o tontería quedó patente hace pocas semanas, cuando mi compañera de piso alemana celebró su cumpleaños con una fiesta organizada en nuestra casa. A tal efecto, invitó a varios niños guapos de su curso. Estudiantes de Derecho: dos años en Colonia, dos años en París. Políglotas y afrancesados. Algunos de ellos quizás acaben siendo catedráticos de Derecho Administrativo. El resto era gente interesante: gente que ha estado en Israel trabajando en obras sociales tras acabar el bachillerato, otro que lo hizo para la Iglesia y un amigo de ella, parecido a Jean Paul Sartre. También estudiantes de medicina de Heidelberg (universidad por excelencia y de excelencia alemana). Así hasta llegar a unos quince o veinte.



Como invitado me tocó pensar en qué podía regalarle. Esas cosas son difíciles. Tras pasear un buen rato por Mayersche, librería-centro comercial de Colonia sin demasiado encanto (pese a tener entre sus estanterías un ¡Hola! que me sirvió para contemplar, aliviado, que Isabel Preysler sigue viva) me encontré con "El guardián entre el centeno". Salinger acababa de morir hacía unos días. Si a lo que mi Señora Madre me había dicho (es un libro que te hará madurar. Marca el paso de una edad a otra) se le sumaba el oportunismo, bastante evidente, del reciente fallecimiento del autor, aquello se planteba con el regalo perfecto. Problema solucionado.

El cumpleaños se desarrolló según lo esperado: bebidas no alcohólicas junto a unos cuantos de barriles de cerveza. Junto a eso, kilos y kilos de comida. Evidentemente, la máquina de las raclettes estuvo presente, porque para eso se compró. Ocasiones de gala como esta lo merecían. Fundíamos queso que posteriormente se vierte sobre patatas cocidas, sandwiches o cualquier otra cosa comestible.

Mediado el cumpleaños, llegó el momento más esperado: la apertura de regalos. Todos los presentes apilados, Salinger no podía fallarme. Primer obsequio: un cheque para una cena. Tras eso, una película, un libro de Anna Gavalda. Estaba hecho. Ninguna de esas cosas podría tener el efecto marca-el-paso-de-una-edad-a-otra de lo que yo había comprado. Salinger caballo ganador. Cogió mi regalo. Lo desenvolvió. Otro libro más. Un tal Salinger debió pensar. Agradecimientos de rigor por su parte y, después, el silencio. Tras eso, la más pura soledad. Intenté decir que el autor acababa de fallecer, pero ni siquiera el oportunismo salvó el hecho de que fuera otro libro más. Abrió más cosas. Quizás algún libro más. Salinger había fracasado. Tenía toda la pinta de que aquella novela cogería polvo en cualquier estentería. Salinger mordió el polvo.

¿Qué había salido tan mal? Mientras yo estaba sentado al borde del sofá intentando responder a esa pregunta, mi compañera alemana de piso abrió su último regalo. Y todos los niños tan guapos como afrancesados (que según cifras oficiales eran todos menos yo) enloquecieron. Prorrumpieron en dulces gritos como "C´est magnifique", "Mervellieux" o "Wunderbar". ¿De qué se trataba? Había descubierto el obsequio de su amigo bastante parecido a Jean Paul Sartre, que consistía en unos pequeños posahuevos.



Era la típica cosa de cocina que casi nunca se utilizaría. Y entonces lo ví claro, entendí que los afrancesados de ellos sentían una deliberada pasión por los instrumentos de cocina, por muy escasa utilidad o uso que tuvieran. No sólo los posahuevos, sino también el calienta-pizzas, la máquina de las raclettes y otra sartén que sólo servía para preparar crepes. Cosas que a alguien que cocina más que ellas como yo, le causaban bastante indiferencia al no encontrarles demasiada aplicación, pero que a ellos les maravillaba. El mundo francés y parte del alemán siente pasión por las pijaditas en el mundo de la cuisine.

¿Y mi relación con mis compañeras de piso? Parecía que habían perdonado mi torpeza, mi escasa capacidad de abstracción al no ver lo que tenía delante de mis narices haciendo un regalo erróneo. Lo cierto es que el otro día hicieron quiche lorraine, invitaron a algún que otro amigo a ello, entre los cuales estaba el que se parece a Jean Paul Sartre. Y, pese a que me preguntaron si podían hacer uso de mi queso rallado, lo cierto es que no fuí invitado. Nunca Sartre estuvo tan de moda, nunca Salinger cayó tan bajo.

Fotos: Portada del libro en cuestión. Jean Paul Sartre por Cartier Bresson y posahuevos cualquiera.

Nota marginal: Estamos buscando políticas activas para luchar contra el Spam que nos invade en forma de comentarios prometiéndonos aparatos que nos harán crecer el pene, matrimonio con princesas rusas o millones de dólares en segundos. Aunque suena bien, estamos dispuestos a escuchar a la Sinde para que nos aconseje. Lo de la censura le va.

miércoles, 3 de marzo de 2010

La eclosión del trauma

4 de Noviembre de 1995.

Un hiperactivo e irritante muchachuelo de menos de diez años corretea por la casa después de cenar. Sus padres, exasperados, miran con ansia el reloj, que parece no marcar nunca la hora clave, la hora que hará que esa ciclogénesis explosiva se calme por un rato. Frente al televisor, el chavalín abrirá los ojos, descolgará el labio inferior y se preparará para ver, contemplar, uno de los programas más grandes que ha dado la historia de la televisión española: La noche de los castillos.


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El programa, que debía de tener un presupuesto del copón bendito, se desarrollaba cada semana en un castillo de la geografía española. La mezcla de ingredientes era digna del genio que inventó el Daiquiri (blues). En primer lugar, tres parejas echaban una carrera en todoterreno hasta la puerta del castillo. El camino, por supuesto, estaba trufado de distintas pruebas. En cualquier caso, la primera parte era un poco coñazo. Pero la cremita buena llegaba en la segunda parte del programa: la pareja que hubiera llegado primero al castillo tenía la misión de rescatar a la hija del Rey Folof (interpretado por Anthony Queen, ni más ni menos), que había sido secuestrada por el malo malísimo Thorque. La princesa cada semana era distinta y según leo en wikipedia, la única y más fiable fuente de información en el mundo mundial, fueron princesas señoritas como Sofía Mazagatos, Norma Duval, María Adánez, Anne Igartiburu o, sí, Leticia Sabater.

A partir de ahí comenzaba una aventura, que, desde luego, hacía volar mi ya exacerbada imaginación: la curiosa mezcla de ambientación medieval aderezada con varios anacronismos intencionados poco parecían importarme. Los distintos habitantes del castillo retaban a los concursantes con acertijos, encargos, objetos misteriosos. Los concursantes, por su parte, debían salir del paso con la ayuda de unos discos que indicaban la dirección en la que se encontraba la princesa, un mini ordenador portátil que llevaban enganchado al pecho con velcros... Además, tenían que recolectar todo el oro que pudieran, ya que al final de la fase había que fundirlo para crear la enorme llave con la que se abría la celda de la princesa. Existía un tiempo límite antes de que ésta fuera ejecutada, por lo que la tensión siempre estaba en el aire, aumentada por las apariciones esporádicas de Torque, acompañadas de una música y efectos de sonido que me acojonaban cosa fina. Eso sí, era más lento que su caballo (el del malo) y pocas veces cazaba a los concursantes.



Los seis primeros minutos de programa, en los que se explican más o menos todas las fases del mismo.


En resumen, mi afición por este programa fue tan obsesiva que comencé a pedir libros sobre castillos, que memorizaba mejor que los estadios de los equipos de fútbol (lo habitual en los niños de mi edad): Loarre, Belmonte, Coca, Manzanares del Real, qué míticos eran, joder. Además, obligaba a mis padres a desviarnos en vacaciones para ver algún castillo que pillara de paso, mi madre llegó a fabricarme un miniportátil con papel (y era acojonante) y mi abuelo me regaló la llave más grande que encontró por casa, haciéndome el niño más feliz y proto-friki del planeta. Y sí, yo jugué a esto en el patio del cole.


Programa de 2 horazas completo, por si alguien se aburre y le entra la vena nostálgica.


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4 de Noviembre de 1995. Más tarde.

Pero esa noche, los padres de nuestro joven y aventurero protagonista, no sabían que la caja tonta no sólo no iba a amansar a su fiera, sino que iba a causarle un trauma de por vida, una herida aún no cicatrizada, un portal al infierno mal cerrado. El incómodo silencio de la sospecha reinaba en la sala hasta que una música de telediario se escuchó: avance informativo. Isaac Rabín, Premio Nobel de la Paz israelí y uno de los principales impulsores del diálogo con Palestina, había sido asesinado, precisamente por un ultraortodoxo judío, al que no le hacía gracia eso de "la paz". El llanto de desolación del niño fue descomunal, no porque estuviera concienciado respecto a Oriente Medio, sino porque se daba paso a un programa informativo especial y, por lo tanto, no se iba a emitir La noche de los castillos, la peor noticia posible, el apocalipsis, el mineralismo.

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27 de Febrero de 2010.

El niño, ya algo mayor, pero todavía niño, al menos mentalmente, contempla el Castillo de Ross en el Parque Nacional de Killarney, que le maravilla y a la vez le hace recordar, por primera vez en mucho tiempo, el amargo incidente de 15 años antes. Entonces comprende que de aquello surgió, a la vez, su pasión por los castillos, su antisemitismo extremo y la profusión de esvásticas en su blog. Él rencor acumulado en su corazón permanecerá inmutable hasta el fin de los tiempos. A no ser que repongan el programa, claro. Y que desaparezca el estado de Israel, ya que me pongo. Mierda, se me ha olvidado la tercera persona.

¡Corred, que matan a la princesa!

domingo, 7 de febrero de 2010

LA SOCIEDAD DEL SUPERMERCADO. CAPÍTULO II La lucha de clases.


A poco que lo examinemos, caeremos en la cuenta que el Erasmus es un elemento más de la sociedad low cost. De esta manera, viajamos y nos metemos todos los días en la página de Aire Ryan para descubir nuevas ofertas con las que hacer turismo pagando poco. Nada más llegar y encontrarnos con nuestra habitación desnuda, acudimos a IKEA para comprar aquello que echamos en falta porque sabemos que allí los muebles son baratos. Lo cual tiene una consecuencia concreta: la lámpara Duderö, perteneciente a la multinacional sueca, está en todo dormitorio de estudiante que se precie. Más aún, influenciado por esta corriente de bajo coste, acudí uno de los primeros días de mi estancia en Alemania a Mayersche, librería-centro comercial de Colonia, donde compré "Nada" (Carmen Laforet) porque me apetecía leer algo en español y su precio era más bajo que otras novelas. El resultado fue digno de lo low cost; barato y decepcionante.

La concepción low cost del mundo se lleva también al supermercado. Los propios alemanes entendieron esto bien desde hace ya bastante tiempo. Los hermanos Albretch crearon una cadena de tiendas donde se puede comprar productos básicos a precios muy baratos ¿Cómo lo hicieron? Se ofrecían pocas cosas y no se cuidaba mucho la presentación. Han conseguido de esta manera colocar a su empresa, Aldi, entre las más pujantes del sector y ser ellos parte de las mayores fortunas de Europa.

Rajoy, como buen gallego, prefiere los pimientos de Padrón que venden en el Lidl.

El tema de la compra alcanza una importancia nada desdeñable al irte de casa cuando, indignado, descubres que la nevera no sólo no se llena por sí misma, sino que además es tu responsabilidad ocuparte de lo que en ella hay. A diez minutos de mi casa se encuentra un Lidl, que es esa cadena de supermercados también low cost y que comparte el espíritu ya citado de los Aldis. La mayor parte de los productos son realmente baratos, como las tabletas de chocolate Milka de oferta a 55 céntimos. Al ser en Alemania la preocupación por el medioambiente mucho mayor que en España, se ha desarrollado la etiqueta verde, respetuosa con el entorno natural. Hay así huevos ECO puestos por gallinas concienciadas con el crecimiento sostenible. Son estos productos ecológicos los únicos en los que el precio se sale un poco de lo normal.

El supermercado tiene también importancia desde el punto de vista formativo cuando acudes a él acompañado. Aprendes así que los polacos miran con puritano escepticismo (quizás razonado) los productos light: desconfían del queso light y de la leche desnatada. Además, si yo estaba profundamente ilusionado y maravillado con los yogures alemanes (siento una especial pasión por el de tarta de queso con trocitos de naranja), ellos han contribuído a que semejante imagen idónea se desmorone: los yogures polacos son mucho mejores. Punto final a cualquier debate que se pueda suscitar al respecto.

Como afirmaba, el precio y la proximidad del supermercado, son los criterios que guían mis compras. Lidl manda. Al haber contribuído la inauguración de un Eroski en mi barrio de Valladolid a la cohesión social, nunca me habían planteado que el gastar en un sitio y no en otro pudiera conllevar diferencias sociales significativas. En realidad, esa muestra de ingenuidad duró hasta que un día, volviendo a mi casa alemana, me econtré en el metro a una erasmus inglesa que me explicó que a ella jamás de los jamases se le ocurriría ir al Lidl. Haciendo gala de una de las grandes aportaciones británicas al mundo, el clasismo, me explicó que eso era para los de la clase baja y que ella, que pertenecía a la middle class, se iba al REWE; esa tienda que hay cerca de donde vivimos, donde hay mayor oferta, orden, limpieza, los precios son más altos y, sobre todo, es improbable que aparezca alguien de la clase baja. Esa tienda donde el tomate frito es mucho más caro que en cualquier otro sitio.


Rajoy, como buen defensor de la clase media, promete una bajada del precio del tomate frito para cuando sea Presidente del Gobierno.

Lo cierto es que, no conforme con lo anterior, me dijo que en Inglaterra también hacía lo mismo. Que aunque tenía una tienda cerca de su casa, prefería recorrerse dos kilómetros y medio cada vez que iba a hacer la compra para no coincidir con aquellos que tenían menos recursos. Obviamente, yo no tenía la intención de herir su autoproclamada pertenencia a la clase media, ni de dar ejemplo, ni de nada. Por eso no le dije que en mi barrio vallisoletano gitanos y no gitanos no sólo gastamos en el mismo sitio, sino que además comemos en el mismo modelo de plato proporcionado por Eroski. A fin de cuentas, con regodearse en lo que estaba contando era suficiente.

Nota marginal: Los exámenes han forzado que escribamos menos aún que de costumbre. Pero no se preocupen, a partir de ahora lo haremos con más frecuencia y si no, ya nos inventaremos una excusa suficientemente buena con la que cubrirnos.

Fotos: Lámpara en cuestión. Líder de la oposición haciendo de verdulero en las otras dos. Bueno, en la última en realidad está dando un discurso.

jueves, 21 de enero de 2010

LA SOCIEDAD DEL SUPERMERCADO. CAPÍTULO I Eroski logra el socialismo.


Jerzy Buzek es un señor polaco de 69 años con pelo blanco y que, inicialmente, fue ingeniero químico de profesión. Probó el chocolate por pimera vez al finalizar la II Guerra Mundial, cuando un soldado se lo ofreció. Tuvo el privilegio de estudiar en Cambridge y de allí se llevó varios libros que en su país estaban prohibidos. Actualmente es presidente del Parlamento Europeo. Según lo que él y cualquier persona de su nacionalidad afirman, la Iglesia católica jugó un papel importantísimo, no sólo para liberar a su país de la dictadura comunista a la que estaba sometida, sino también a la hora de aglutinar a las masas y dar una sensación de movilización y unidad social.

Unos cuantos kilómetros más al sudoeste, en Francia, la escuela cumple una función educativa y, además, se pretende que cumpla un objetivo como es el de la mezcla de clases y que ello contribuya a un sentimiento de pertenencia a una sociedad. Para realizar este propósito hay un mapa escolar que obliga a los alumnos a inscribirse en los colegios más próximos a sus casas. Ciertos sectores del Partido Socialista Francés ven en esa carta la plasmación de varios principios republicanos y a cada mención de reforma de la misma, ponen el grito en el cielo.

Extrapolando estos dos elementos aglutinadores sociales (iglesia y escuela) al barrio donde vivo de Valladolid, podemos proclamar el más absoluto fracaso de ambos. Ya desde un punto de vista estético supone la parroquia un atentado contra la dignidad (idea con bastante influencia del cristianismo, por cierto). Si observamos quién va a las misas, comprobaremos que la edad media es alta tirando a muy alta, pese a que mi estimada abuela pretenda convencerme diciéndome: "si está llena de guajes como tú, fíu" (eso en teoría es bable). Que la juventud española no es la polaca, para bien o para mal, es algo que he aprendido tras varios meses de erasmus en Colonia con varios amigos de allí.

El papel de la escuela republicana francesa de fraternité, igualité y de mezcla de clases tampoco se cumple en mi barrio completamente. En el instituto público al que fuí coincidíamos todos, sí. Pero sólo los que íbamos allí. Hubo padres que o bien porque confiaban en que su hijo estaría más cerca de Dios si lo llevaban a los Hermanos Maristas, o bien porque simplemente no querían que se juntase con gitanos, huyeron de la educación pública. Obviamente, a nadie con un mínimo sentido común, se le ocurriría pensar que la forma en que se impartía la materia o el contenido mismo de lo explicado, iba a ser mejor en los Maristas que en otro sitio.

Fracasadas dos Instituciones como Iglesia y Escuela en lo relativo al aglutamiento y unidad social, cabe acudir pues al Estado. No, olvídese, mejor no. Construyeron un centro cívico pero el ayuntamiento no tiene dinero para abrirlo. Mala suerte, otra vez será. ¿Qué me dice, amigo, de las asociaciones de vecinos? Bueno, es cierto, son voluntariosas, pero organizan fiestas y muy poca gente va (el folklore castellano y yo nos llevamos francamente mal). Nadie se atreve a sacar el orgullo de barrio.




Y sin embargo...¿Podemos decir que es un barrio desangelado, donde no hay un maldito punto común o algo por el estilo, donde a los que viven allí no les une absolutamente ninguna institución clásica de las ya mencionadas? Pues no. Podemos hacer referencia a las pistas de fútbol y baloncesto, pero el verdadero centro neurálgico lo decidieron unos empresarios. Y, para demostrar que los vascos nacen donde quieren, los señores gestores de Eroski-Consumer (antes eran algo similar, ahora no sé. El libro de estilo de Cerveza Amarga prohibe investigar durante más de cinco minutos) decidieron ubicar hace unos seis años el único supermercado de la zona no en un sitio cualquiera, sino nada más ni nada menos que junto al edificio de la iglesia que, como ya he comentado, lesiona la muy cristiana Dignidad, la vista y el orden estético. De tal forma que los feligreses pueden ir a misa el sábado, aparcar el coche en el parking del establecimiento y de paso hacer la compra para toda la semana. Religión y capitalismo nunca se llevaron tan bien.

No contentos con hacer que el supermercado fuera el centro del barrio, el lugar donde confluímos todos, el verdadero y único elemento algutinador, los señores de Eroski-Consumer se dedicaron a repartir platos de cerámica durante las primeras semanas tras su inauguración. Todo a modo de promoción. ¿Qué consiguieron? Que TODOS los de la zona, cualquiera su clase social (alta, media o baja), gitanos o no gitanos, inmigrantes o de donde fuesen, acabásemos con el mismo modelo de plato entre las estanterías de nuestro hogar: de barro, pintado de blanco y con adornos azules. Por eso, si usted acude a cualquier casa de Huerta del Rey, verá que todos tenemos la misma vajilla.

En realidad, lo que Eroski-Consumer consiguió fue algo muy distinto. Lograron algo que ni siquiera se habían planteado: uno de los principios del socialismo más puro y duro, la homogeneización social y sensación de grupo a través del supermercado y de la vajilla. Y el capitalismo y la cerámica, unidos por una empresa vasca, realizaron lo que ni la Iglesia, ni la Escuela, ni el Estado, ni las asociaciones de vecinos ni nadie había logrado hasta ese momento.

Nota Marginal: Llegará la segunda parte, pero pedimos paciencia porque son malas fechas y a veces nos toca hasta estudiar. Sí, sí, yo también lo encuentro indignante, no hace falta que me lo digan.
Fotos: Un señor de pelo blanco, también polaco, pero que no es Jerzy Buzek. En la segunda foto, vajilla como la de Eroski pero que no es la de Eroski.

viernes, 8 de enero de 2010

Puñalada trapera (II): Irlanda católica

Terminamos con esta traición a Irlanda por la espalda, no porque ya sólo queden cosas buenas que comentar, sino porque mañana vuelvo allí (si las nieves y los aeropuertos lo permiten, que la cosa tiene mala pinta), y está muy feo eso de ir a casa de alguien e insultarle. Muy feo y muy caro, según parece.

Resulta que Irlanda es uno de los países más hiperultramegamastercatólicos del mundo, quizá por detrás de Polonia (país del que sabe jugosas anécdotas el compañero Vázquez). Pero no voy a engañar al avispado lector. Podría realmente buscar esa Irlanda que me esperaba, podría forzar la historia, decir que me obligan a ir a misa, que rezamos antes de las clases, que religión me computa para la nota final... pero no sería cierto. Debo admitir que, al contrario que en la entrada anterior, no he visto nada excepcionalmente anormal que no haya visto en España, quizá porque no me gusta frecuentar esos ambientes: muchas calles con nombre de santos, muchas iglesias, crucecitas y blabla. Lo más remarcable quizá sea que en el propio campus de la universidad haya una iglesia (en la que, como es natural, se celebran bodas y esos actos de los que gustan los católicos), y aún así como anécdota es bastante pobre, ya que me he enterado de que hasta la Universidad de Burgos tiene servicios religiosos.

En este momento el lector estará desolado: se esperaba una cuantiosa descarga de adrenalina, unos insultos más o menos irónicos, ataques inteligentes... y se encuentra con un coñazo de tio que no ha visto - no ha sabido ver- la ultrareligiosidad de Irlanda y que encima no se atreve a cruzar la delicada frontera de lo politicamente incorrecto. ¡No nos aburras, pesao!

Lector medio a estas alturas de texto. ¡Y lo que queda por debajo!

No pasa nada, si en el trabajo de campo no hemos encontrado evidencias sólo hace falta saltar de nivel. Si nos centramos en lo político, o más concretamente, lo legislativo, sí que podemos encontrar material bastante descacharrante derivado de nuestro querido catolicismo. Me pregunto cuánta gente se habrá borrado al leer la palabra "político". Sigamos.

Para empezar, el divorcio es legal en Irlanda sólo desde 1996. En efecto, hasta a España llegó antes (para disfrute de Álvarez-Cascos), y eso que son una "democracia" desde hace bastantes más años. Para seguir, el aborto es ilegalérrimo, no quieren ni oír hablar de ello. Creo que hay algún caso muy muy muy muy pero que muy excepcional en el que el aborto está contemplado, pero me imagino que tendrá que ver con alineación de planetas o eclipses imposibles. Resulta curioso que cuando se votaba el ya comentado referéndum para aceptar o no el Tratado de Lisboa, Irlanda estaba especialmente preocupada porque temía que las normas comunitarias le obligaran de alguna manera a aceptar el aborto (que no sé si es común en toda la Unión Europea). En cualquier caso, el referéndum salió no, y para que accedieran a realizar la segunda consulta presionaron bastante para que les dejaran a) mantener un delegado suyo nosedonde (hasta aquí llega mi información) y b) mantener sus propias leyes sobre el aborto. Y la UE aceptó estas exigencias, ojo. Esto lo sé no porque me haya documentado, que ya conté que en este blog jamás nadie lo hace, sino porque me dieron un panfleto a favor del SÍ en el que lo explicaban. Me hizo gracia el tono del texto en cuestión: "¡Tranquilos! Votar SÍ al Tratado de Lisboa no significa votar SÍ al aborto!". Y ganó el SÍ, como todos saben, y el aborto siguió prohibido y las hijas de padres acaudalados tuvieron que irse a Londres, como en tiempos de Paco.

Ingeniosa viñeta que nos recuerda que la iglesia católica irlandesa también ha tenido ciertos "problemillas" relacionados con la pederastia.

Pero lo realmente divertido ha llegado este año, el mismo uno de enero de 2010. Resulta que ha entrado en vigor una nueva ley que convierte la blasfemia en delito. Hasta 25.000 euros por blasfemar, dice El País en ese enlace (de ahí lo de "caro" que comentaba en el primer párrafo). Tranquilos, no corran a mirar su calendario, seguimos en el S.XXI (lo cual, visto cómo está el mundo, no significa gran cosa). Se acabó el gritar "¡Me cago en Dios!" o "¡Jesús, cobarde, gallina, capitán de la sardina!". En realidad, si lo piensas bien, es una ley absurda, ya que absolutamente todos son blasfemos en uno u otro sentido: el católico para el musulmán por por no pensar que Mahoma es su profeta, el musulmán para el católico por no admirar al Papa como máximo exponente de Dios en la tierra, y yo para todos por no creer en historias fantásticas excepto en las de Roald Dahl. Y así sucesivamente. Afortunadamente, hay gente sensata en la isla, como los de Atheist Ireland, que han denunciado la estupidez de esta ley y se han atrevido a hacer lo que yo todavía no he hecho en este texto, es decir, transgredir y provocar, publicando 25 citas blasfemas de diferentes personas (entre ellas, Jesuscristo y Mahoma, cielos). Había pensado que sería genial cerrar el texto con unas palabras de la pesada de Björk que terminan con un contundente "fuck the Buddhists", pero he reflexionado y creo que, para no romper este tono de aburrida corrección política, será mejor concluír con Salman Rushdie, el resto que los lean los lectores por su cuenta.

“The idea of the sacred is quite simply one of the most conservative notions in any culture, because it seeks to turn other ideas – uncertainty, progress, change – into crimes.”

Nota. A partir de mañana, si todo va bien, volveré a estar en Cork, así que se dan por concluídas las "blasfemias contra Irlanda". Si algún irlandés pregunta, no he sido yo.

lunes, 4 de enero de 2010

Puñalada trapera (I): Irlanda irlandesa

Ya en España, habiendo superado la letal mezcla que conforman el turrón, las comidas copiosas, el cava y el Almax (de ahí mi nisesabeava ausencia), me propongo hacer un ejercicio de abstracción afectivo-sentimental, estando en la distancia, para analizar de una forma más crítica y objetiva ciertos aspectos del país en el que he estado 3 meses (y volveré a estar otros cuasi-seis), Irlanda. Lo que, traducido, y fiel a la tradición de este blog, significa que voy a aprovechar que no estoy allí para ponerles a caldo desde mi cálida habitación ibérica. Eso sí, en cuanto pise de nuevo el aeropuerto de Cork forzaré mi más ensayada sonrisa y no veré el momento de pedir otra Guinness. Me gustaría centrarme en un par de los aspectos que más me chirrían de la Isla Esmeralda, que es como muchos la llaman sin darse cuenta de que parece que se refieren una pantalla de Pokemon.

En primer lugar, Irlanda es un país eminentemente nacionalista. O sea, son irlandeses, pero irlandeses, irlandeses, irlandeses. Y están orgullosos de ello hasta límites insospechados. Tienes continuamente señales que te lo recuerdan: los pubs, la música, los mitos, los monumentos, los deportes, las materias en la universidad... incluso la campaña publicitaria del Dunnes Stores, una cadena de centros comerciales, reza: "The difference is... we're Irish", en clara contraposición a Tesco, otra firma británica. Y precisamente este ejemplo puede extrapolarse para comprender qué es lo que en realidad pasa, ni más ni menos: Irlanda es un lugar que ha sido durante siglos, literalmente, el patio trasero del Reino Unido, y su cultura milenaria (y no es una exageración esto de milenaria), ha sido pisoteada, humillada, ignorada, vilipendiada, eteceada, con tan sistemática eficacia que algunos que yo me sé se lo pensarían dos veces a la hora de utilizar la palabra "opresión".


Llevo un rato fascinado con el descubrimiento de esta imagen. Ansío volver para que alguien me la explique. Clic para ampliar.

Esto, lamentablemente, me crea un grave conflicto interno, ya que, por una parte, no puedo evitar sentir simpatía por ellos y su "nacionalismo como forma de resistencia", resistencia a un enemigo que por cierto aún sigue ahí en el Norte. Además, me parece estupendo que se haya conseguido resurgir o mantener una cultura (todas son valiosas, salvo las excepciones que en este blog se indiquen, y no en otro lugar): la música tradicional está en todas partes y gusta, los deportes autóctonos (futbol gaélico y hurling) son, con diferencia, los más seguidos, todos los jóvenes estudian el idioma Irlandés desde pequeños, aunque luego no se hable tanto (un poco como pasa con el Euskera). Y así. Por otra parte, como es sabido, todo nacionalismo me causa sarpullidos; cualquier patriotismo, por muy "defensivo" y "lógico" que sea, me provoca unas ganas irrefrenables de vomitar, ya que no dejan de parecerme algo cañí, cerrado e intolerante. En resumen, al final me satura un poco ver tanta Irishness por ahí, te acabas hartando de tanto mito celta, tanto Leprechaun de los cojones, tanto trébol y tanto arpa.


Un "¿Sabías que...?" en toda regla: Guinness tenía registrado el diseño del arpa, así que en las monedas tuvo que utilizarse al revés. Curioso. Nos lo dijeron en la fábrica de cerveza. Autobombo, claro.

Afortunadamente, todo este asunto me ha creado un par de anécdotas como mínimo curiosas, y que pueden llegar al extremo de hilarantes, según la sensibilidad y el sentido del humor del lector hacia los temas de los que hablamos.

Una noche, un chavalín de no más de 15 años, que estaba practicando skateboard en la calle mientras bebía vodka con sus colegas, se mostró realmente agradecido cuando supo que éramos españoles, ya que les "habíamos defenido al luchar contra el ejército inglés". Yo no sabía ni de qué cojones hablaba (una vez más, fiel al libro de estilo del blog, no he considerado necesario documentarme), pero debía de ser algo de hace tiempo, porque hablaba de flotas, armadas y rollos de esos que le molan al Pérez-Reverte (si algún lector lo sabe que lo apunte). En cualquier caso, yo pensé que me importaba una mierda, porque ni yo estaba en esa batalla, ni él entre los rescatados, así que no había deuda alguna.

Otra noche, yo le solté a un chico precisamente todo este rollo anterior del exceso de nacionalismo, incluído lo de que en parte me parecía lógico porque han estado mucho tiempo a la sombra del Reino Unido y blablabla. Él me contestó que no sólo eso, sino que todavía seguían a la sombra del Reino Unido, y para que yo lo comprendiera mejor, me aseguró: "un poco como Cantalunya con España".

Finalmente, otra tarde en un pub, un hombre considerablemente borracho empezó explicándonos las provincias de Irlanda y acabó preguntándonos por Franco y cantando el himno nacional español (el de ahora). Ya pensábamos lo peor, cuando nos soltó de repente que él era anarquista, socialista y comunista (curioso refrito), y empezó a proferir insultos hacia nuestro antiguo caudillo. Pero lo mejor estaba por llegar, cuando, su colega, igual de borracho, me preguntó que de dónde era. Yo le dije que de Burgos, "un sitio entre Madrid y el País Vasco". El tío se emocionó con lo último y le tuve que confesar que había pasado casi toda mi vida en el País Vasco. Acto seguido, soltó la pinta de cerveza, irguió la espalda, me extendió la mano (yo le correspondí con la mía), aclaró la voz y dijo: "Encantado. Queréis la libertad, como nosotros".

Como el lector habrá deducido, verme identificado con semejante maraña de sentimientos nacionalistas de todos los colores me causó graves problemas psicológicos y de identidad, por lo que, para demostrar que no nos casamos con ninguno y, por supuesto, también a modo de terapia, añadiré una última apreciación sobre ellos: QUE LES DEN POR CULO A TODOS.

Nota: mañana (o algo más tarde) llegará la parte 2, dedicada a un asunto tan interesante como la religión. Esto promete, amigos.