martes, 24 de noviembre de 2009

El cacharro inútil providencial

El día que llegamos a Cork, mientras inspeccionábamos todos los rincones del apartamento por primera vez, tuvimos que calmar nuestra ansiosa exploración en la cocina para contemplar el siguiente artefacto.

Qué porte, qué diseño. La quintaesencia del modernismo.

Perplejos nos quedamos, como en la película Los dioses deben de estar locos, cuando un miembro de los bosquimanos o !Kung san, una tribu cazadora-recolectora de África, se encuentra una botella de Coca Cola (atentos a mi descubrimiento: cómo enlazar un video de Youtube desde un punto en concreto). Como es evidente, no tienen ni repajolera idea de qué puede ser semejante objeto, y deducen lo más lógico: lo han enviado los dioses. A partir de ahí, la comedia. Las risas. El JA-JA-JA.

Realmente no acabo de saber cómo llamarlo: calienta agua, hervidero de agua, jarra modernuqui aerodinámica, elemento decorativo W... o kettle, según me chiva mi compañero de blog. Como habrán deducido los lectores, siempre a la última en lo que a electrodomésticos se refiere, sirve para calentar cierta cantidad de agua hasta el punto de ebullición (este modelo: 1,7 litros). Resultaba como mínimo irónico que en aquel momento no tuviéramos ni sábanas, ni el frigorífico en marcha, ni enchufe libre para el microondas, ni agua caliente en la ducha, ni radiadores que funcionasen, ni comida, ni la esperanza de sobrevivir hasta el día siguiente... y sin embargo hubiera un puto cacharro que hiciera hervir el agua.

Sin embargo, más de dos meses después, aquel odioso cacharro, tan marginado en la encimera, se ha tornado providencial. Su existencia ha merecido la pena. Debido a las famosas inundaciones, teníamos poco agua, y mucho menos caliente, así que calentándola con el invento este y transportándola en botellas de 7Up al baño pudimos ducharnos de una manera más o menos digna. En realidad, lo importante no fue la calidad de la ducha, sino que ya nos sentimos preparados para sobrevivir incluso en las condiciones más extremas, hasta con los bosquimanos. Siempre que tengamos una kettle de estas, claro, ahora convertida en reina de la cocina.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Génesis, 7:10

En Irlanda empieza a ocurrir lo que en todo el hemisferio norte, si es que la tierra aún no se ha vuelto loca definitivamente: hay menos horas de luz, el día es más gris (más aún) y, sobre todo, llueve bastante más (muchísimo más aún). No he acudido a la ciencia, ni comprobado ningún dato oficial, pero estoy seguro de que la cantidad de agua que ha caído en Cork desde el pasado miércoles podría solucionar varias veces consecutivas todos los problemas hidrológicos del sur de España, incluído el de oír periódicamente estupideces sobre trasvases, insolidaridad y campos de golf. Además, el agradable viento huracanado hacía de los paraguas objetos más inservibles que un chicle para salir de la cárcel (excepto si eres McGyver), la calle estaba tan llena de cadáveres paragüiles que la Rihanna esa habría llorado (¡venganza!, nosotros ya sufrimos su canción). Ya no tengo dedos en las manos para contar las veces que he llegado soaked a clase o a casa (tengo que demostrar de alguna manera que mi inglés va improving, tronkos).

Dijo George Harrison que una vez, después de mil días típicos ingleses, grises y agrios, estaba paseando por su jardín el jardín de su colega Eric Clapton y comenzó a sentir los cálidos rayos del astro rey (qué guapo queda llamar al sol así). Entonces compuso la maravillosísima Here comes the sun: tierna, alegre, pegadiza, sencilla, directa y mil adjetivos más, y perteneciente a esa categoría de canciones que te transmiten al instante alegría y ganas de vivir. Y eso no es fácil, aunque lo parezca. El viernes amanecimos en Cork cantando esa canción. Llegó el sol. The sun came. Lamentablemente, no pudimos entonar el "it's all right" del final.

Cuando íbamos a la universidad por el camino junto al río Lee (muy aficionado a la literatura él) no supimos atar cabos: las aguas estaban demasiado agitadas y demasiada gente venía en dirección contraria a la nuestra. Como había jubilados quizá pensamos en una comida popular gratuíta o en unas obras con una buena puesta en escena, del gusto de la tercera edad, pero estábamos equivocados. Cerca del puente convertido en canción de Simon & Garfunkel había un muro derribado por un constante torrente de agua, así que no pudimos cruzar. Volvimos para tomar otra ruta más cercana al centro de la ciudad, pero, oh, sorpresa, cuando vimos que la calle que teníamos que utilizar estaba inundada. Entonces nos fuimos enterando de todas las noticias.

Cuando nosotros lo vimos, aún caían cantidades ingentes de agua por el ex-muro. Se barajan los nombres de Pepe Gotera y Otilio para arreglarlo. Lo del fondo es un hospital que también tuvo que ser desalojado.

Nos encontramos con el profesor que impartía la asignatura a la que íbamos y como no podíamos pasar (a no ser que tuviéramos una zodiac en el bolsillo), acordamos suspender la clase. No hacía falta tal acuerdo: las clases ya habían sido oficialmente suspendidas por la universidad. En principio eran sólo para ese día, pero ahora, tras conocer que ha sido la peor inundación de Cork en 30 años, también nos han dejado la siguiente semana sin clase, hasta el 30 de Noviembre. Todavía no he visto fotos de la universidad, y ni me he acercado, pero sabiendo que el río no es que pase cerca, sino que está en el mismo campus, no quiero ni imaginarme como habrá quedado nuestra querida UCC.

Esta es la entrada al Mardyke Arena, el gimnasio de la universidad. No entiendo qué necesidad había de que quedara así, si ya tenía piscina.

El centro de la ciudad se recuperó bastante rápido, cuando yo salí cámara en mano ya estaba más o menos en una situación normal (salvo la típica imagen de telediario, con comerciantes limpiando la tienda o sacando productos completamente empapados), pero las calles principales de Cork a las 8 de la mañana habían estado también bajo las aguas, con bomberos, policía e incluso fuerzas armadas a todo trapo (ah, nada mejor que una catástrofe natural para justificar la existencia de los ejércitos).

Ya en casa, estuve con la cara desencajada pulsando el F5 en la web del Cork City Council, donde colgaban actualizaciones periódicas. Hasta entonces todo esto nos había afectado de una manera indirecta: nuestra residencia seguía intacta, sólo perdíamos una semana de clase (estamos MUY apenados), teníamos calefacción... pero entonces llegaron las malas noticias. Al parecer, la megainundación esta había causado bastantes daños en la planta depuradora de Cork. También tiene cojones, parece un chiste. Se cortó casi todo el agua por miedo a que estuviera contaminada. Sólo quedaba la de reserva de cada casa. En principio era para cuatro días, y ya nos echamos las manos a la cabeza. Ahora los plumillas de la prensa dicen que vamos a estar nada más y nada menos que una semana sin agua. Lo único que se puede decir en ese caso es: WTF? Ahora parece que hay algo de agua (sólo fría), porque han conectado unas reservas especiales, y también han puesto puntos de abastecimiento de emergencia en diversos lugares de la ciudad. Ni que decir tiene que las compañías de agua embotellada están empezando a utilizar el oro como elemento decorativo de sus sedes, sus botellas volaron de los supermercados (como buen conspiranoico, no descarto que ellos provocaran la inundación) y algunos sólo podemos beber maldito 7Up. Y cerveza, claro.

Esto es Grand Parade, una de las calles principales de Cork. En un principio se pensó en importar gondólas desde Venecia. No cuajó en la tradicional sociedad irlandesa.

Pero si todo esto supone, sin duda, una incómoda situación, lo peor de todo el día, lo puto peor, es que algún listo, tonto, desgraciado, borracho o algo peor se llevó mi amada cazadora azul mientras celebrábamos el estado de emergencia en un bar. Pero que sepas una cosa, querido desconocido: si te veo por la calle con mi cazadora puesta te puede ocurrir algo terrible. Palabras clave: semi-vasco, cóctel molotov, kale borroka.

Las fotos las he sacado del álbum que tiene un tal David Hegarty sobre estas inundaciones. Aparte de servir para hacerte una idea de la magnitud de la riada, las imágenes son una maldita pasada, merece la pena darse una vuelta por su Flickr.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Wir sind das Volk!


Alemania hoy se ha levantado con resaca. Ayer hubo celebraciones por todo lo alto con motivo de la conmemoración de los 20 años de la caída del muro de Berlín, hecho considerado como el primer paso para la reunificación. Numerosos Jefes de Estado y estadistas (el libro de estilo de Cerveza Amarga no prohibe utilizar palabras vacías de contenido como ésta) se dieron cita en la capital y festejaron el magno acontecimiento. Hermoso discurso de Merkel, Barenboim dirigiendo un concierto, muchísimos ciudadanos, fuegos artificiales, portadas de periódicos, etc. A falta de un oportunista, llegaron dos. Por una parte, Sarkozy nos reveló en su perfil de Facebook que, tras recibir informaciones aquella mañana de 1989 sobre lo que se avecinaba, decidió plantarse frente a la puerta de Brandemburgo y tuvo la ocasión de presenciar el hecho histórico así como de escuchar a ciudadanos que se acercaban y le hablaban de "sus sentimientos, sus ambiciones nuevas y emociones tras décadas de separación de los dos países" (sic). Cosa harto improbable, porque el asunto tuvo bastante de espontáneo y, el hoy presidente francés, era por aquel entonces un mero alcalde. Por otra parte, el ultrasolidario Bono, ser tan coherente como para ir a África a reclamar fondos y, a la vez, decidir cambiar el domicilio fiscal de U2 de Irlanda a Holanda (para pagar menos impuestos), se sumó a la parafernalia.

Los alemanes están orgullosos de la reunificación y de ser un único Estado. Les encanta la idea de la comunidad/Volk. No es algo caprichoso que en las cervecerías los bancos sean corridos y estén pensados para que unos y otros coman y beban juntos. Tampoco es un casualidad que tengan un sistema de copropiedad distinto al del Derecho romano. El Derecho Germánico, cuando dos personas son propietarias de una cosa, no contempla que cada una tenga una cuota o proporción sobre el objeto en cuestión. Los dos responderán de forma común y, en el caso de querer venderla, se necesitará el consentimiento de la otra persona. Por otra parte, los eventos masivos son bastante celebrados (en pocas horas comienza el carnaval en Colonia y se espera que más de 250.000 personas se den cita en el centro de la ciudad). En definitiva, 40 años después de acabar la segunda guerra mundial, podemos hablar de una Nación en la que los de una parte y otra se pueden relacionar.

¿Todo maravilloso?¿La reunificación ha resuelto todo?¿Hay un completa sensación de comunidad/Volk? En absoluto. Cuando has estado 40 años separado (literalmente) de los de al lado y con dos sistemas distintos, las cosas no son tan fáciles como parecen. Más que una reunificación, no es descabellado decir que hubo una anexión de un Estado al otro. La RDA (comunista) se derrumbó y la RFA (bloque occidental) la absorbió. La Constitución es la de la RFA (modificada), y la forma del Estado también. La separación originó dos términos: Ossi (alemanes que vivían en la zona comunista) y Wessi (alemanes que vivían en la zona capitalista). La reunificación no ha conseguido acabar del todo con esa separación. Los primeros, en un ámbito privado, hablan de la familia y los niños. Los segundos, en el mismo ámbito, del trabajo. Los Ossis consideran a los Wessis prepotentes. Los Wessis a los Ossis sumisos.

Parte de los ciudadanos de la Alemania comunista (Ossis) no se sienten identificados con el nuevo Estado, y se ven más como algo anexionado que como otra cosa. Quizás ahora pueden decir lo que piensan, pero antes había trabajo. El problema del desempleo azota actualmente al este. Mano de obra cualificada del estado comunista se tuvo que ir a la calle al haber una reestructuración y el paso de un sistema de economía a otro. Muchos de los que encontraron un nuevo empleo fue en empresas que no tenían nada que ver con lo que ellos habían estudiado. Además, los salarios ahora son escasos y apenas dan para nada. Antes no eran mucho más grandes, pero sí suficientes. No habiendo tantos productos, eran felices. Así, hay una cierta añoranza por los tiempos pasados.



Todo esto quedó reflejado en Goodbye Lenin! Con ella, apareció un nuevo concepto: La Ostalgie. Nostalgia del Este, nostalgia de la Alemania comunista. La película era maravillosa y Yann Tiersen contribuía a ello. Suponía una corriente del cine europeo (otras películas como Amelie también se podrían enmarcar ahí) y el centro izquierda se ensimismó con ella. Había empleo, seguridad, educación y la gente no moría de hambre. Además, era más fácil sentirse identificado con aquella sociedad que con la actual, repleta de McDonalds. Y entonces apareció la pregunta: ¿Y si no se viviese tan mal bajo el comunismo?

La respuesta tardó cuatro años en surgir, pero vino también del cine europeo. En 2007 se estrenó La vida de los otros. Se desarrollaba en la Alemania comunista y mostraba una sociedad asfixiante, con una policía secreta (Stasi) con 100.000 personas que trabajan como agente y otros varios cientos de miles más que colaboran con ella. Todos pueden ser acusados de cualquier delito contra la seguridad del Estado y la arbitrariedad es absoluta. Por si quedaba alguna duda, ese mismo año otra película europea, la rumana cuatro meses, tres semanas y dos días, venía a mostrar cómo era practicar un aborto en ese país cuando aún se encontraba bajo la dictadura comunista. Un mundo sórdido, trámites estúpidos para reservar un hotel, edificios derrumbándose, miedo a ser delatado, riesgo para la salud de la embarazada al ser ilegal, miedo a contarlo ante la familia, desencanto absoluto.

Una vez respondida la pregunta, sólo cabe desear que, cuando se cumplan los 25/30 años de la caída del muro de Berlín, seres como Sarkozy o Bono no intenten copar el protagonismo. Mejor que lo celebren los ciudadanos sin oportunistas de por medio.

Nota Marginal: La añoranza por el tiempo anterior se representaba en Goodbye Lenin! con el bote de pepinillos. Debe ser cosa soviética y de procedencia rusa, porque ayer, haciendo limpieza del frigorífico y tirando cosas que no pertenecían a nadie de los allí presentes al haber sido abandonadas por anteriores inquilinos, apareció un frasco de cristal de Moskauer Gurken (pepinillos de Moscú).