domingo, 11 de octubre de 2009

El Putzplan


El fin justifica los medios - Máxima jesuita.

El día uno de octubre, hasta hace poco día del Caudillo, la vida en mi piso alemán gestionado por la Universidad de Colonia cambió completamente. Hasta entonces convivía bajo el mismo techo con un ruso, una húngara y un chino. Ninguno de ellos pasaba demasiado tiempo por la casa, por lo que prácticamente (con la excepción de una fiesta), no hicimos demasiada vida común. Las tareas comunes se regían por la teoría de la mano invisible, es decir, quien manchaba recogía. El resultado era el de cualquier piso de estudiantes que se precie. Ni más limpio, ni más sucio.

El día uno de octubre la húngara y el chino dejaron la casa al acabárseles el contrato. En su sustitución entraron una francesa y una alemana de 18 años que ya se conocían de antemano. Todo cambió. Pasamos de la mano invisible a la planificación de las tareas comunes. Ellas tomaron el poder y se instaló una especie de dictadura / régimen autoritario con vocación de permanencia, a juzgar por sus comentarios. Su ideología se resume fácilmente; todo tiene que relucir como si fuese nuevo. Así, Don Limpio fue equiparado al Gran Hermano orwelliano, un líder capaz de infundir confianza a la par que miedo.

Lo primero que buscan todas las dictaduras es intentar legitimar su poder. Su comienzo no fue una excepción. Basándose en que se conocían previamente y que se iban a quedar aquí dos años, empezó su particular revolución de la limpieza. En ella, palabras como pirólisis forman parte del vocabulario cotidiano o productos químicos comercializados con frases como "elegido por los consumidores alemanes como producto del año 2009" (hay miles así), están omnipresentes. Desde que ellas llegaron, en Cillit Bang se frotan las manos.

Nada más asumido el poder, todo régimen autoritario suele dictar una Norma Fundamental que ordene el funcionamiento de la sociedad. Y ellas lo hicieron. Redactaron un putzplan (plan de limpieza) con el que nos regiríamos desde ese momento. Obviamente, como en toda dictadura que se precie, esa norma peca de arbitraria y destaca por no contar con la aprobación de aquellas personas a las que se les va a someter. Se pretende con ello conseguir un fin último; en su caso, la limpieza. Esa Constitución que rige el funcionamiento de la Hahnenstraße 19, prevé cualquier intervención para lograrlo. Y si se tiene que pasar la aspiradora a horas tan inconvenientes como las 00:15 de un viernes, cuando la Humanidad está de fiesta o descansando, se pasa. C´est la vie.




Los regímenes autoritarios se inspiran en elementos nacionalistas para su política, considerando que el espacio físico del que disponen es escaso. Se encuentran disconformes con él y quieren más. Por eso invaden o, al menos, anhelan otros. Polonia puede dar buena fe de ello. Ellas también quieren su propio Lebensraum, que en este caso consiste en el cuarto de baño. Fue colonizado por sus champús, le cambiaron la taza al váter y, en la repisa del lavabo, colocaron flores (sí, han leído bien). Y, una vez okupado, el siguiente paso es echar a todo aquel se encuentre allí, pese a que llegó antes o le pilla más cerca. Se le sugiere abiertamente que se vaya al otro. Luego llegan los guetos, pero ahí aún no hemos llegado. Quizás para noviembre...

Los regímenes autoritarios necestian un enemigo. Alguien a quien echarle la culpa de todos los males o de parte de ellos. Cuba tiene a EE.UU, la Hespaña de Franco tenía a los comunistas y judeomasones y ellas al otro inquilino, al ruso. Definitivamente, Rusia nunca jugó el papel de bueno en la historia mundial. Aquí se le acusa del más grave delito; manchar. Y, como en el mundo orwelliano de 1984, cada día hay dos minutos de odio, en el que se dirigen toda clase de infamias contra el enemigo. Dejándole de lado, yo soy observado con cierta suspicacia aunque mantienen conmigo una buena relación e intentan que participe en su putzplan ofreciéndome helado de vainilla regado con crema de arándanos. La limpieza justifica los medios.

Nota Marginal de esas: No me molesta excesivamente que organicen fiestas en las que sólo se habla francés, tampoco que escuchen a David Guetta, ni que vayan a traer en los próximos días un conejito. Pero lo que no puedo soportar es que uno de sus amigos, que se tira todo el día en el salón, sea igual que Jean Paul Sartre. Me cago en el existencialismo.

3 comentarios:

Caco dijo...

Jajajajajaja. Envidio su vida su visión de ésta (es decir, su Weltanschaung). Pero me siento en el firme deber de decir me gusta David Guetta y siempre defenderé la cultura popular de consumo más inmediato. Aprenda a escuchar la música que escuchamos la plebe. Respecto al asunto del existencialismo... intuyo que usted es el más existencialista de todos.

Vázquez dijo...

Algún día leeré a Sartre. En teoría.

Anónimo dijo...

Estimado sr. B2:
Esta entrada la califico como el hombre que pudo reinar en una escala entre Eurovisión y El Capellán
Casi que me alegro de que no cerrárais el blog.
Más te vale firmar con el ruso un pacto de no agresión. Luego, cuando te hayas cepillado a la francesa, le invades.